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Capitaneado por don Juan Cagliero, el grupo se
encaminó a Roma. Poco después del mediodía del día
9, salesianos e hijas de María Auxiliadora
tuvieron la satisfacción de ver y oír al Papa, al
gran Pío IX. Estaban alineados en la galería de
Rafael, cuando llegó el Padre Santo con los
eminentísimos Bilio, Pacca y Ledokowski. Don Juan
Cagliero, invitado a hacer la presentación, dijo:
-He aquí, Padre Santo, la tercera expedición de
misioneros salesianos, que van a sumarse a sus
hermanos en el campo de nuestras misiones de
América. Van también las Hijas de María
Auxiliadora, que zarpan para la república del
Uruguay, donde abrirán su primera casa para las
niñas pobres abandonadas. Hemos venido a pedir
vuestra bendición apostólica, que no sólo nos
alentó, sino que actuó prodigiosamente durante los
dos años que hemos pasado en Argentina y Uruguay.
El Padre Santo contestó:
-Sí, queridos hijos míos, os bendigo de
corazón.
Dio después una mirada a la larga fila y
preguntó:
->>De dónde saca don Bosco toda esta gente?
-Santidad, se la envía la divina Providencia.
-íAh, sí, la Providencia! íDecís bien! Ella lo
puede todo; confiemos siempre en ella.
Don Juan Cagliero presentó a Su Santidad una
relación manuscrita sobre el estado de las
Misiones Salesianas en América, un opúsculo
impreso con ocasión de la inauguración del
Patronato de San Pedro en Niza, y un ejemplar de
otro sobre la Obra de los Hijos de María para las
vocaciones tardías ((**It13.319**)) al
estado eclesiástico. El Papa, dando señal de un
interés especial, exclamó:
-íLas vocaciones al estado eclesiástico! íBien,
bien!
Después permitió que todos le besaran la mano;
y a continuación, colocóse frente a ellos y, con
voz firme y robusta, pese a sus ochenta y cinco
años, pronunció este discurso:
-Queridos hijos, ahora que me toca a mí daros
un recuerdo que os aliente en el porvenir; os
manifestaré un pensamiento que, esta mañana, se
asomó a mi mente durante la santa misa. En el
introito de la misa que hoy hemos celebrado, de la
dedicación de la iglesia principal de esta nuestra
Roma, leía unas palabras que aturden a primera
vista y son: Terribilis est locus iste. >>Cómo? me
pregunté a mí mismo. >>La iglesia es un lugar
terrible, cuando es el lugar adonde venimos a
dejar nuestras amarguras, a elevar la mente y el
corazón a Dios, a pedirle ayuda en nuestras
aflicciones y necesidades? Y me contesté a mí
mismo: Sí, la iglesia es terrible, mas sólo para
ciertas
(**Es13.278**))
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