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cruces que más suelen afligir los corazones de los
santos, purificándolos y despegándolos cada vez
más de la tierra 1.
Pero no de todas partes llovían repulsas sobre
don Bosco. Así, un buen día, a fines de octubre,
le fue notificado que el representante de la
navegación francesa en Génova había recibido orden
de Buenos Aires para poner a disposición de don
Bosco diez plazas de segunda clase 2.
Como un grupito de misioneros tenía que
embarcarse en Lisboa, el Siervo de Dios escribió
dos veces a un sacerdote de aquella ciudad, pero
no recibió respuesta alguna. Por último se dirigió
directamente al Patriarca con una carta en latín,
en la que rogábale encarecidamente proporcionara a
sus hijos conveniente hospitalidad, a sus
expensas, en el seminario o en otro lugar 3; pero
también este paso debió quedar sin efecto, porque,
llegado el momento de salir, don Bosco no dijo
palabra de ello a ninguno y los viajeros no
pensaron siquiera en presentarse al Prelado.
Se eligió el 7 de noviembre para la solemne
ceremonia de la despedida; durante todo aquel día
tuvo don Bosco a su alrededor a aquellos queridos
((**It13.314**)) hijos,
que pudieron con toda comodidad hablarle en
privado y en común. Ya no se iba a lo desconocido.
Don Juan Cagliero que, antes de volver a Italia
había preparado su puesto a los nuevos, se había
ingeniado para iniciarlos en la vida que les
aguardaba. Estaba allí, además, monseñor
Ceccarelli, a quien don Bosco había rogado se
detuviese en Turín para enseñarles el castellano y
acompañar después una parte del grupo. Sin
embargo, la separación y la gran distancia hacían
mella muy grande en personas que habían vivido
junto a don Bosco y estaban acostumbradas, salvo
pocas excepciones, a la vida tranquila de su viejo
Piamonte.
Más temblaban las buenas Hijas de María
Auxiliadora: pero el pensamiento de que don
Santiago Costamagna sería para ellas angelus in
via (ángel del camino), reanimaba los espíritus.
La tarde del 6 de noviembre dispuso don Juan
Bautista Lemoyne que se hiciese en la capillita de
Mornese una función semejante a la de Turín.
Acudieron parientes y amigos de las misioneras.
Tras el canto de vísperas, pronunció
1 Para mejor comprender las cosas añadiremos
que monseñor Manacorda, obispo de Fossano, fue una
noche entre las diez y las once a ver al Papa para
hacerle una comunicación con el mayor secreto, y
Pío IX le dijo:
-íHablad bajo! Incluso aquí las paredes oyen.
Este lo contó algunas veces a salesianos, con
los que trataba con mucha familiaridad.
2 Carta del señor Gazzolo a don Bosco, Savona,
21 de octubre de 1877.
3 Véase Apéndice, doc. n.° 27.
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