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((**Es13.267**) a pie; paraban de trecho en trecho para descansar y ejecutar caprichosas fantasías con instrumentos de viento y de cuerda, más o menos afinados, que algunos de ellos habían llevado consigo. Don Bosco los alcanzó al atardecer. La fiesta resultó muy devota y alegre. A la vuelta pasaron por Mondonio, para visitar la tumba y la casita de Domingo Savio. Aquel paseo en grupo le sirvió a don Bosco para hermanar los corazones de los que, aunque apenas si se conocían, tenían que ir a desplegar sus comunes actividades tan lejos del Padre común. ((**It13.305**)) Faltaba el jefe de la expedición. Don Santiago Costamagna se dedicaba en la casa de Mornese a preparar a las seis hijas de María Auxiliadora, elegidas para ser las primeras de la inmensa legión de hermanas que partieron para ambas Américas. Les enseñaba la lengua española, que él había aprendido ya bastante bien; las asistía en las inevitables dificultades con los padres, las ayudaba a preparar el material de viaje; pero, sobre todo, pertrechaba sus ánimos con los auxilios espirituales. No se movió de allí hasta la llegada del nuevo director don Juan Bautista Lemoyne. Finalmente, el 28 de octubre, dio a toda la comunidad una conferencia, que fue la última, sobre este tema: <>. Las escenas de la despedida demostraron cuánto le apreciaban educandas y hermanas. Entre las educandas había dos hermanas de don José Vespignani. La imprevista visita de su padre sacó a don José de apuros. Este no había comunicado todavía a los suyos su ida a América; su padre lo supo por el Director de Mornese. Naturalmente corrió a Turín antes de lo que había calculado. Pero en Turín estaba don Bosco. Ya se había visto con él a primeros de febrero, precisamente en el momento en que el Beato volvía de Roma y cuando el hijo yacía tan enfermo, como hemos dicho. Aunque fuera de sí por la dolorosa sorpresa de encontrar al enfermo en tan tristes condiciones, sin embargo no había podido sustraerse al encanto que la bondad de don Bosco producía en cuantos se acercaban a él; por lo cual, gracias a esta otra sorpresa, le costó menos serenarse. Es más, las afectuosas maneras del Siervo de Dios lo subyugaron hasta el extremo de que, al despedirse, se quitó una gruesa cadena de oro y se la puso en las manos diciendo: -Tome este pequeño regalo para María Auxiliadora. Esto no bastó, hizo además el sacrificio de no volver a tener en casa al hijo antes de la salida, asumiendo él mismo la delicada incumbencia de lograr que también la madre se resignara. ((**It13.306**)) Es preciso también decir algo sobre la situación económica que pesaba sobre las espaldas de don Bosco. No parece que esta vez, (**Es13.267**))
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