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a pie; paraban de trecho en trecho para descansar
y ejecutar caprichosas fantasías con instrumentos
de viento y de cuerda, más o menos afinados, que
algunos de ellos habían llevado consigo. Don Bosco
los alcanzó al atardecer. La fiesta resultó muy
devota y alegre. A la vuelta pasaron por Mondonio,
para visitar la tumba y la casita de Domingo
Savio. Aquel paseo en grupo le sirvió a don Bosco
para hermanar los corazones de los que, aunque
apenas si se conocían, tenían que ir a desplegar
sus comunes actividades tan lejos del Padre común.
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Faltaba el jefe de la expedición. Don Santiago
Costamagna se dedicaba en la casa de Mornese a
preparar a las seis hijas de María Auxiliadora,
elegidas para ser las primeras de la inmensa
legión de hermanas que partieron para ambas
Américas. Les enseñaba la lengua española, que él
había aprendido ya bastante bien; las asistía en
las inevitables dificultades con los padres, las
ayudaba a preparar el material de viaje; pero,
sobre todo, pertrechaba sus ánimos con los
auxilios espirituales. No se movió de allí hasta
la llegada del nuevo director don Juan Bautista
Lemoyne. Finalmente, el 28 de octubre, dio a toda
la comunidad una conferencia, que fue la última,
sobre este tema: <>.
Las escenas de la despedida demostraron cuánto le
apreciaban educandas y hermanas.
Entre las educandas había dos hermanas de don
José Vespignani. La imprevista visita de su padre
sacó a don José de apuros. Este no había
comunicado todavía a los suyos su ida a América;
su padre lo supo por el Director de Mornese.
Naturalmente corrió a Turín antes de lo que había
calculado. Pero en Turín estaba don Bosco. Ya se
había visto con él a primeros de febrero,
precisamente en el momento en que el Beato volvía
de Roma y cuando el hijo yacía tan enfermo, como
hemos dicho. Aunque fuera de sí por la dolorosa
sorpresa de encontrar al enfermo en tan tristes
condiciones, sin embargo no había podido
sustraerse al encanto que la bondad de don Bosco
producía en cuantos se acercaban a él; por lo
cual, gracias a esta otra sorpresa, le costó menos
serenarse. Es más, las afectuosas maneras del
Siervo de Dios lo subyugaron hasta el extremo de
que, al despedirse, se quitó una gruesa cadena de
oro y se la puso en las manos diciendo:
-Tome este pequeño regalo para María
Auxiliadora.
Esto no bastó, hizo además el sacrificio de no
volver a tener en casa al hijo antes de la salida,
asumiendo él mismo la delicada incumbencia de
lograr que también la madre se resignara.
((**It13.306**)) Es
preciso también decir algo sobre la situación
económica que pesaba sobre las espaldas de don
Bosco. No parece que esta vez,
(**Es13.267**))
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