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de María Auxiliadora. Pero, después encargó a don
Julio Barberis que respondiera a cuantos pedían
marchar, que pensaran en hacer bien el mes de
María y en prepararse seriamente para los
exámenes. Declaró, además, que era su intención
que los misioneros aprendieran mejor la lengua, y
que esperaba a que don Juan Cagliero pudiese
darles siquiera un mes de clase, de suerte que, al
llegar allí, estuvieran capacitados para trabajar
en seguida.
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Diferida, pues, hasta noviembre la nueva
expedición, el Beato hizo la elección de los
sujetos a enviar casi dos meses antes de empezar
el Capítulo General; y eran cuatro sacerdotes,
ocho clérigos y seis coadjutores. Había gran
curiosidad por saber quiénes eran los afortunados;
por esto, muchos prestaban la máxima atención a
cada una de sus palabras para lograr descubrir el
secreto. Todo se supo de una manera muy sencilla.
Un día invitó don Miguel Rúa a don José
Vespignani a tomar café con don Bosco. No se lo
hizo repetir éste dos veces y voló al comedor,
besó la mano del Beato y se sentó a su lado.
Mientras se echaba en las tacitas la aromática
bebida, comenzó don Bosco a bromear con él y con
los que le rodeaban; y, cuando tuvo cada uno su
tacita servida y sorbía alegremente el contenido,
de pronto sacó don Miguel Rúa la consabida tirilla
de papel, que siempre llevaba entre los dedos
durante el recreo del mediodía y que le servía de
recordatorio para dar avisos, disposiciones y
cosas por el estilo, y, con una sonrisa un tanto
misteriosa, miró a don Bosco y le dijo:
-Don Bosco, >>quiere que lea los nombres de los
que tomarán parte en la nueva expedición de
misioneros?
Asintió don Bosco y, entonces leyó don Miguel
Rúa muy despacio:
-Don Santiago Costamagna, don José
Vespignani...
Y así, sucesivamente, los otros nombres.
Con la velocidad del rayo corrieron de boca en
boca por el Oratorio aquellos nombres, dando lugar
a variados comentarios.
A don José Vespignani, que no esperaba
semejante sorpresa, le dio un vuelco el corazón.
El, que llegó a la Congregación recién ordenado
sacerdote y exactamente la víspera de la segunda
expedición, había pedido en seguida ir a las
Misiones; pero, no obstante las tranquilizadoras
palabras de don Bosco 1, siempre temía que sus
condiciones de salud no fuesen tales como para
permitirle aquel viaje. Entonces don Miguel Rúa,
que advirtió su turbación, le preguntó
cariñosamente si tenía alguna dificultad. Ante su
respuesta negativa, terció don Bosco:
1 Véase más atrás, pág. 36.
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