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>>Hay que prohibir, pues, a nuestros hermanos y
a los jóvenes dormir la siesta? Si sucede que,
especialmente en verano, queda uno vencido por el
sueño a primeras horas de la tarde, >>tendrá que
esforzarse para no dejarse vencer por esa
tendencia? No; si sucede que, mientras uno trabaja
o estudia, le acomete el sueño, satisfágase en
hora buena esta necesidad y duerma un ratito,
arrellenándose en la silla o apoyando la cabeza
sobre el escritorio; pero ninguno se eche en cama
para conciliar el sueno; pues yo creo que éste es
precisamente el daemonium meridianum, del que se
nos amonesta que nos guardemos, como de un gran
peligro para las almas.
Con los muchachos sígase haciendo como hasta el
presente; en los países cálidos, después de un
rato de recreo, reúnanse en el estudio o en una
aula, y, allí, cada uno en su sitio, estudie o
duerma a su gusto, con tal que estén asistidos,
para que reine el silencio y el que quiera
descansar pueda hacerlo libremente sin ser
molestado. Así quien necesita descansar, puede
hacerlo; los otros, que no concilian el sueño,
están ocupados y todos los peligros desaparecen.
En una palabra, lo que se reprueba es el hábito de
ir a la cama después de la comida.
Sin embargo, se quiso hacer notar que en los
países calurosos era una costumbre tan general,
que poquísimos no la ((**It13.280**))
seguían.
-Pues bien, replicó don Bosco, procuremos
nosotros ser del número de los poquísimos, y
espero que no nos disgustará haber evitado
contraer este hábito. Si lo hacemos así, podremos
trabajar más, ganaremos en estimación, y quizá
otros imitarán nuestro ejemplo.
Agotado el tema de las costumbres, se dedicó el
tiempo restante a legislar en torno a la novedad
de la división de la Congregación en provincias.
Se redactó el Reglamento del Inspector, que puede
leerse aparte; hay dos cosas que allí no aparecen
de las que hablaremos nosotros ahora un poco, por
ser materia de historia.
Ante todo la denominación. El Capítulo descartó
el nombre de Provincia y especialmente el título
de Provincial, como poco oportuno en nuestros
días. Ante el mundo, hubieran hecho aparecer la
Congregación como una Orden monástica, haciéndola
antipática, pues era muy grande la aversión que
los enemigos de la Iglesia habían inoculado, hasta
en ánimos honestos, contra las antiguas y
venerandas instituciones religiosas. Por otra
parte, esto no era salirse del surco de la buena
tradición. Ya san Ignacio había desterrado una
parte de la anterior nomenclatura conventual. Así,
por ejemplo, había sustituido el apelativo de
Padre Guardián por el de Padre Rector. Pareció,
pues, óptima la determinación de prescindir
nosotros también de ciertas exterioridades
accidentales, que podrían irritar los nervios de
los contemporáneos y hacernos mal vistos entre la
gente, a la que queremos hacer el bien. Así, pues,
el superior encargado de vigilar sobre cierto
número de casas se llamaría Inspector, e
Inspectoría el territorio de su
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