((**Es13.239**)salesian
os, por cuanto es posible, duerman en una parte de
la casa, donde no se reciban nunca forasteros, ni
empleados de la casa, ni jóvenes. Haya, digámoslo
así, una especie de clausura, que nadie pueda
traspasar. Por ejemplo, a lo largo de la escalera
por donde se va a las celdas de los sacerdotes, de
los profesores y en general de los superiores, no
haya lugar para que duerma ningún otro, ni esta
misma escalera dé acceso a los dormitorios de los
jóvenes; especialmente no duerman, en absoluto, en
aquella parte de la casa mujeres de ninguna clase,
aun cuando se tratase de la madre del Director o
de aquellas buenas mujeres que remiendan en
nuestros colegios la ropa blanca o hacen otras
labores semejantes. La razón es clara: nosotros
aceptamos en casa a personas que nos son
completamente desconocidas; serán buena gente,
pero nosotros no los conocemos bastante y sabemos
por otra parte que el mundo está lleno de malicia
y que todos somos hijos de Adán. Pasarían tal vez
muchísimos anos, como es de esperar, sin que nada
suceda; pero también podría suceder. Hoy no habrá
peligro alguno, pero hay que tomar precauciones. Y
aun cuando estas precauciones no fuesen necesarias
para nosotros y casi excesivas, consideremos que
serían, no obstante, muy oportunas con respecto a
los externos, los cuales, aunque malignos, no
tendrían ningún pretexto para dudar o hablar mal.
Yo propondría casi poner una cancela en el lugar
que da acceso a dichas habitaciones y escribir
encima: RESERVADO, o también HABITACIONES DE
DESCANSO PARA LOS SUPERIORES.
Con motivo de la fiesta de María Auxiliadora en
el Oratorio y la del titular en los colegios se
hacían ciertas ferias o mercados en las que
tomaban parte también los externos, y se producía
en ellas una mezcla de gente, que podía resultar
peligrosa. Estudiando el hecho, don Bosco puso las
cosas en su punto, diciendo:
-Estas son cosas que en los comienzos de
nuestras casas son necesarias y no producen mal
alguno, precisamente porque son cosas
extraordinarias; pero, dejar que sigan adelante
como si fueran cosas de regla sería un grave
error, pues todos los años se introduce algún
desorden y, una vez introducido, ((**It13.272**)) ya no
se quita. Al contrario, al ano siguiente se
reproduce en mayores proporciones; y da miedo ver
qué proporciones adquiere al correr del tiempo, a
la vez que casi no hay desorden introducido una
vez, que no se haya reproducido al año siguiente.
El permitir estas cosas en los comienzos es
bueno para hacer conocer la casa, para alegría de
los jóvenes, para ganarse la benevolencia de los
forasteros; pero después tienen que disminuir y
más tarde ser suprimidas del todo.
En el Oratorio no había al principio ni
siquiera portería y se iba a trabajar afuera; con
todo, la novedad y el fervor primitivo de las
cosas hacían que no hubiese desórdenes. Al correr
del tiempo se vio la necesidad de tapiar el patio
y de poner un portero, pero se dejaba entrar en
casa a todo el mundo. Después hubo que impedir
también esto. Dígase lo mismo de la feria de María
Auxiliadora. En los primeros años se armó un ruido
del otro mundo; pero la novedad hacía que los
desórdenes no fueran mayores. Más tarde se
disminuyó la afluencia de los externos y casi se
puede decir que hoy día la fiesta se mantiene en
sus cauces.
(**Es13.239**))
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