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tendría innumerables imitadores, e incluso no
pocos de los mismos que reprochaban su proceder
sacarían al público sus propios boletines. Y fue
realmente profeta en esto. Comoquiera que sea, el
Boletín Salesiano, entre todas las publicaciones
de don Bosco, es tal vez la que ha producido
mayores frutos, ya sea enardeciendo los corazones
para cooperar en las misiones y en las obras de la
religión, ya sea despertando generosas vocaciones
eclesiásticas y misioneras. Lo cierto es que
también en esto se anticipó don Bosco a los
tiempos: tendencias nuevas tomaban en el mundo el
puesto de viejas costumbres: lo que en otro tiempo
se prefería tener oculto, pronto se sentiría la
necesidad de propagarlo, fuese bien o fuese mal.
Don Bosco consideró mejor partido hacer servir
para incremento del bien aquella gana de
publicidad, que él presagiaba llegaría a ser una
verdadera idea fija, al tiempo que vehículo de
males incalculables.
El Capítulo General no aprobó la propuesta de
introducir entre los Cooperadores la práctica de
conferencias mensuales, aunque ya se las
mencionaba en el reglamento. Una razón, que se
consideró convincente y conforme al espíritu de
don Bosco, fue que esa plática creaba un vínculo
algo molesto. En efecto, muchos deseaban ser
Cooperadores, y hacer verdaderamente ((**It13.263**)) el
bien; pero les molestaba comparecer en público o
no encontraban cómodo acudir a estas reuniones. Y
quien no quisiese pertenecer a la asociación, al
abstenerse de intervenir, daría a conocer en
seguida su propio alejamiento y de ahí vendría el
justificar su proceder hablando con otros del
asunto y necesariamente reprochando alguna
disposición de los salesianos. Se tenía ya el
Boletín como vínculo natural de unión, y con ello
se evitaba el inconveniente que se lamentaba. Y,
cuando alguno no mereciera ser contado entre los
Cooperadores, se le suspendiese el envío de la
revista y la cuestión acababa por sí misma.
Objetóse que el Boletín se enviaba
gratuitamente, cuando a nosotros nos costaba
dinero y causaba molestias.
Con respecto a los gastos se contestó que hasta
entonces se habían cubierto y, por cierto, con
creces. Muchos, al no ver cuota fija ni
obligatoria, daban más de lo que se les había
pedido; otros no daban nada de momento, pero
enviaban después limosnas en determinadas
circunstancias o ayudaban de diversas maneras al
Oratorio. Con respecto a las molestias se observó
que el Oratorio, siendo el centro único para un
número ya grande de asociados, encontraba en ello
sin duda un gran quehacer; sin embargo, desde el
momento en que estuviese convenientemente
organizada la administración, las cosas debían
proceder más cómodamente; casi bastaba una sola
persona hábil, que se
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