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pero él no quería excepciones. Es más; como los
novicios tenían comedor aparte, algunos días
después dejó la compañía de don Bosco, que tanto
apreciaba, para unirse a ellos durante el tiempo
señalado por el reglamento. Sus conocidos, que no
ignoraban los cuidados que necesitaba para su
delicada salud, no podían comprender cómo podía
resistir; el barón Carlos Bianco de Barbania iba
diciendo que aquello era para él un milagro. Toda
su vida, como escribe don José Vespignani 1, era
estudiar, rezar y entretenerse amablemente con los
hermanos, sin recordar nunca su linaje ni las
cosas del mundo.
Recibió de manos de don Bosco la sotana
clerical en el colegio de Lanzo, el 18 de
septiembre de 1877; ya hacía más de tres meses que
había comenzado el estudio de la teología 2. Por
encargo de don Miguel Rúa, era su profesor don
José Vespignani, que ((**It13.226**)) había
entrado poco antes en la Congregación y poseía una
buena cultura eclesiástica. El Conde estaba bien
pertrechado en ciencia religiosa, porque había
dedicado mucho tiempo a la apologética para
mantener con honor su puesto de diputado católico
en el Parlamento subalpino, penetrado de espíritu
hostil a la Iglesia. Escribía con soltura en prosa
latina; es más, al ofrecer aquel año a don Bosco
en su fiesta onomástica un precioso crucifijo, que
había pertenecido al beato Cafasso, acompañó el
regalo con un epigrama en dísticos latinos
compuestos por él. Se entregó después con tanto
ardor al estudio de la teología, que recitaba
valientemente su lección en latín. Su minuciosidad
al pedir explicaciones ponía en continua prueba la
sagacidad del maestro, que advertía lo adelantado
que estaba el Conde en el conocimiento de la
Sagrada Escritura. Nadie, pues, se extrañó de que
don Miguel Rúa, que lo examinó a fondo, lo
presentara a don Bosco para recibir las órdenes
sagradas poco después de su profesión perpetua,
aun antes de terminar el año 1877.
El Beato había determinado admitirlo a los
votos en la fiesta de la Inmaculada, reduciendo a
lo mínimo el tiempo del noviciado y así
presentarlo para la tonsura y las cuatro órdenes
menores en la ordenación de Navidad. Pío IX, que
conocía la gran prudencia de don Bosco, le había
concedido para el régimen interno de la
Congregación facultades muy amplias, de las que él
se servía sin hablar nunca de ellas públicamente y
sin referirse a ellas tampoco en las controversias
que a veces surgían; pero los Superiores lo
sabían. Evidentemente, después de la muerte de Pío
IX estas facultades caducaban.
1 Lugar citado, pág. 87.
2 El 19 de septiembre escribió don Bosco al
teólogo Margotti: <>.
(**Es13.201**))
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