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que durante las primeras veinticuatro horas, y
especialmente durante la noche, sostuvo una lucha
formidable. El cambio de vida se le presentaba tan
arduo, que temió no poder aguantar mucho tiempo.
>>No sería, pues, mejor retirarse honradamente al
principio, para no verse obligado a hacerlo más
tarde con asombro del público y después de causar
molestias al Instituto?
Dichoso él, que no tenía secretos con don
Bosco. Presentóse a él el segundo día y abrióle su
corazón. El Siervo de Dios se dio cuenta de la
tentación y, aunque se había mostrado tan reacio
para animarlo a entrar, después de la
determinación tomada lo alentó. Hízole
observaciones sobre las dificultades de los
principios y sobre las señales de su vocación;
serenóse el Conde y repuso:
-Tiene usted razón. Yo no hacía estas
reflexiones. Me he dejado turbar sin motivo.
-Hagamos, pues, así, concluyó don Bosco: usted
no piense tanto en las dificultades cuanto en el
auxilio de Dios, que no le faltará. Pruebe unas
semanas al menos. Mientras tanto recemos los dos.
Si el Señor no quiere que siga usted adelante en
este estado, espero que lo dará a conocer de
alguna manera.
Superó el desaliento, pero le vino una duda: la
de saber si aquella curación había continuado o si
había sido cosa momentánea. Pues bien, una mañana,
atravesando la sacristía para ir a la iglesia, vio
a la jovencita, en compañía de sus padres que
volvía para presentar una ofrenda; caminaba por sí
misma y tenía buen color; en conclusión, estaba
muy bien. Este encuentro fue providencial. A
partir de aquel día su determinación no sufrió más
sacudidas ni vacilaciones.
((**It13.225**)) La
innata nobleza de sus sentimientos, la coherente
firmeza de su carácter fuerte y probado, la fe
iluminada y vivida varonilmente durante tantos
años, hicieron del conde Cays un salesiano de
recio temple. Rompió en seguida la antigua
costumbre de descansar hasta una hora cómoda, y se
uniformó al horario común. Tenía por celda una
humilde buhardilla, emplazada entre el segundo
piso y el tejado, sin más ventana que un tragaluz;
una de esas buhardillas que son en Turín los
cuchitriles de la gente pobre y hoy día son en el
Oratorio las habitaciones de los fámulos. En el
invierno faltaba toda suerte de calefacción, por
lo que el Conde envolvía su cuerpo para defenderse
del frío en una ruda manta militar de lana verde,
que quitaba de la cama. Se sentaba a la mesa
común, olvidado de la pasada abundancia de su casa
y satisfecho con una pobre comida, tan pobremente
aderezada. A veces, no escapaba a los Superiores
el esfuerzo que tenía que hacer para tragar
ciertas cosas y le hacían servir algún plato
especial;
(**Es13.200**))
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