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para la Orden. Entre nosotros todavía no ha
entrado ninguno de familia noble, muy rico o de
gran ciencia; todo lo que se hizo y se aprendió,
se aprendió y se hizo aquí. No comprenderá la
importancia de este punto quien no haya meditado
qué son las Congregaciones o las Ordenes
religiosas; pero, quien reflexione sobre las
causas de la prosperidad y decadencia de las
diversas órdenes y sobre ((**It13.222**)) el
origen de algunas escisiones, a las que estuvieron
sujetas tantas órdenes, encontrará que esto
sucedía por la falta de homogeneidad desde el
comienzo de la fundación de la Orden.
En el momento decisivo del conde Cays hubo un
hecho extraordinario, que pareció predispuesto por
la Providencia, para manifestarle la voluntad de
Dios. Había acabado el retiro y terminaba la
novena; la víspera de María Auxiliadora debía
exponer el Conde a don Bosco el estado de su alma.
Alguna duda le quedaba.
Aquella mañana estaba la antesala del Beato
atestada de gente. También el conde Cays esperaba
hacía un buen rato su turno, cuando entró una
señora de Turín, medio arrastrando, medio llevando
en brazos a una hija suya de once años, Josefina
Longhi. Esta, víctima del susto que le habían
causado unas amenazas, había sido acometida de
convulsiones, había perdido la palabra y no podía
servirse de la mano derecha, que tenía paralizada.
Sus padres, después de consultar a diversos
médicos, que le prescribieron curas y medicinas,
después de muchas oraciones y promesas, no veían
principio alguno de mejora. Hacía un mes que la
muchacha no articulaba palabra y se manifestaba en
ella una perturbación de las facultades mentales.
Entonces la madre, que había oído contar las
grandes maravillas que obraba María Auxiliadora
por medio de don Bosco, llevó allí a la enferma
para obtener su bendición. Pasada casi una hora de
espera, se vio a la pobre mujer cómo enjugaba el
sudor del rostro de la hija y después la tomaba
por un brazo dispuesta a llevársela. Pero el
secretario, don Joaquín Berto, le preguntó por qué
quería irse ya; a lo que contestó que se le hacía
tarde y parecía que la hija sufría esperando por
más tiempo, ya que eran muchos los que iban
delante de ella. Entonces los presentes se
levantaron para contemplar a la enferma y
unánimemente se brindaron a cederle el paso, al
ver que realmente se trataba de un caso grave. No
era posible dudar acerca del mísero estado de la
infeliz. El más resuelto a conceder que se le
diese la precedencia fue el conde Cays.
Siguiéndola con la mirada cuando entraba, dijo
para sus adentros:
-Si esta niña sale curada, ((**It13.223**)) será
para mí una prueba de que la Virgen me quiere
salesiano y apartaré de mí toda duda y temor.
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