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CAPITULO VIII
EL CONDE CAYS
SEGUIREMOS llamándolo así, como lo llamaron sus
contemporáneos, incluso don Bosco, y como lo
llaman todavía los más antiguos. El viejo
gentilhombre que, con cristiana sencillez, se
adaptaba totalmente a la vida de la casa, parecía,
en el mundo juvenil y democrático del Oratorio, la
exaltación visible de don Bosco y de su obra.
Carlos Alberto Cays, conde de Giletta y
Casellette, descendía de una antiquísima familia
de la nobleza nizarda. Después de cursar los
primeros estudios en el colegio del Carmen de
Turín, bajo la dirección de los jesuitas, alcanzó
el doctorado en derecho. En 1837 se casó, pero,
ocho años después, quedóse viudo con un hijo.
Entonces se convirtió en padre de los pobres. Con
amor singular atendía a la juventud abandonaba y
enseñaba la doctrina cristiana en los oratorios de
San Francisco de Sales, de San Luis Gonzaga y del
Angel Custodio, pues fue uno de los muchos nobles
turineses, conquistados por nuestro Beato, que
cooperaron con él y a sus órdenes a socorrer moral
y materialmente a los hijos del pueblo. Al igual
de sus mayores, gozó de la benevolencia del Rey y
de la familia real, que durante el cólera del año
1854 vivió tres meses en su castillo de
Casellette, situado en un lugar salubérrimo al pie
de los Alpes. Fue también diputado por el
Parlamento subalpino durante la sexta ((**It13.219**))
legislatura, desde 1857 a 1860, y resonó su voz
elocuentemente en el aula del Congreso para
defensa de los sanos principios y reivindicación
de los derechos de la Iglesia. Pero, cuando vio
que la política tomaba un sesgo demasiado opuesto
a sus sentimientos católicos, se retiró a la vida
privada, dedicándose únicamente a las obras de
caridad y de religión. Visitar enfermos en las
casas y en los hospitales, socorrer a personas
desamparadas, catequizar a los niños, fundar y
presidir las conferencias de San Vicente de Paúl
en la ciudad y fuera de ella, promover la buena
prensa, ser siempre uno de los primeros allí donde
hubiese que hacer algún bien o que impedir algún
mal. Esta fue la vida del conde Cays mientras
permaneció en el seno de su propia familia. Todo
ello no valió para librarle de las pesquisas de la
policía; como don Bosco y otros insignes
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