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edificios y abriese en ellos uno de sus colegios.
Tal vez le dio don Bosco buenas palabras, porque
el 29 de abril volvía el alcalde a tratar del
asunto por carta, refiriéndose a la conversación
tenida en el ferrocarril. <>.
Pero el Ayuntamiento, al decir de su
representante, no estaba en condiciones de
<> para la adaptación del local;
con todo lo cedería a precio módico, siempre y
cuando don Bosco se obligara a instalar un colegio
internado privado con la enseñanza del
bachillerato. Ignoramos el contenido de la
respuesta; pero podemos afirmar con certeza que el
Siervo de Dios no se encontraba entonces en
condiciones de asumir tal obligación a corto
plazo. Baste considerar que en 1870 entre
sacerdotes, clérigos y coadjutores apenas tenía
veintisiete profesos perpetuos y treinta y tres
profesos trienales, repartidos entre el Oratorio
de Turín y las dos casas de Mirabello y Cherasco;
y que debía abrir para octubre el gran colegio de
Alassio. ((**It13.189**)) De
todos modos se puede pensar que no en vano
reclamaron su atención aquellos edificios sagrados
profanados.
Pero muy pronto la profanación llegó mucho más
allá de lo que alguien hubiera podido imaginar. El
Ayuntamiento no halló en su primer tiempo mejor
camino para salir del paso que ceder todo a la
Congregación de Caridad para saldar la deuda que
con ella tenía, pero a condición de que se
instalase un hospital, allí mismo o en otro lugar,
en el plazo de dos años. Pero, cuando la
Congregación de Caridad aceptaba la proposición,
sobrevino una oferta mayor por parte de una
Sociedad Enológica, que tenía su sede en
Savigliano. Se dio a ésta la preferencia y
rápidamente empezaron las transformaciones. La
Sociedad de Savigliano convirtió la iglesia en una
gran bodega. Esta transformación de un lugar,
consagrado durante siglos al culto divino y a la
oración, supo muy mal a la población. Pero más la
ofendió la manera como se hizo. Puesto que se
colocaron unos toneles enormes en el lugar mismo
de los altares de cada capilla y para colmo de
impiedad se bautizaron con los grados jerárquicos
en uso de las comunidades monásticas. A tal
extremo pudo llegar el cinismo de un fraile
apóstata y de sus dignos compañeros de la Sociedad
Enológica. Pero, si ellos
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