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los pobres religiosos fueron recibidos con gran
benevolencia, instalados en la iglesia de la
Misericordia, en la iglesia de la Boca, en la
dirección del hospicio para muchachos pobres.
Estas son, doctor, las obras de los socios de
San Vicente. Ahora ya se ha empezado; harán falta
muchos sacrificios para que todo marche y se
puedan obtener los frutos que con razón todos
esperan. No ahorraremos ningún sacrificio. Aquí en
Italia prepararé obreros evangélicos, prepararé
jefes de taller capacitados, y os los enviaré a
vosotros. Y vosotros seguiréis dispensándoles la
misma protección, la misma benevolencia que ya
habéis dispensado a los que los precedieron.
Pero si me lo permite, doctor, recomiendo el
hospicio de los niños pobres, para artes y
oficios. La experiencia nos convence de que no hay
otro medio para sostener la sociedad civil más que
el de atender a los niños pobres. Si se recoge a
los muchachos abandonados, disminuye la
holgazanería, disminuyen los rateros, se lleva más
seguro el dinero ((**It13.181**)) en el
bolsillo, descansa uno más tranquilo en su casa, y
los que tendrían que ir a poblar las cárceles, y
ser para siempre el azote de la sociedad civil, se
convierten en buenos cristianos, honrados
ciudadanos, gloria de los países donde viven,
decoro de la familia a la que pertenecen, y se
ganan honradamente con el sudor y el trabajo el
pan para la vida.
Usted, doctor, recomiende a sus asociados la
obra de los niños pobres, como una obra de gran
mérito ante Dios y ante los hombres.
Compadézcame, doctor, si hablo con demasiada
confianza. Las cosas admirables, que vuestro
Arzobispo contó del celo y abnegación de los
socios de San Vicente, hacen que me atreva a ello.
Este venerando Prelado se dignó hospedarse con los
peregrinos argentinos en nuestra humilde casa de
Turín; a todos nos edificó con su piedad y su
ciencia. Se mostró contento con lo poco que
supimos hacer para manifestar nuestro homenaje y
gratitud a tan insigne bienhechor. Habló mucho de
usted, doctor, y de la Sociedad de San Vicente, y
repitió en varias ocasiones que era ésta una obra
del Senor, que produciría mucho bien a la Iglesia
y al Estado. Tuvimos también el gusto de que nos
visitara el doctor Martel; pero paró poco, de
suerte que nos faltó tiempo para manifestarle los
sentimientos de aprecio y afecto que merecía y que
nosotros deseábamos exteriorizar.
Le agradezco la preciosa carta que se dignó
escribirme y que recibí de mano de don Juan
Cagliero. El se detendrá en Italia para organizar
unas misiones en Santo Domingo y en la India;
después volverá con sus queridos amigos de Buenos
Aires, como ardientemente lo desea. Para suplirle,
en la iglesia de los italianos irá don Santiago
Costamagna, buen músico y excelente predicador,
con don Domingo Milanesio, que se dedica
expresamente a la educación de los niños
abandonados. Otros sacerdotes, con dos
catequistas, serán enviados a la Boca para ayudar
a don Francisco Bodrato. Su partida está fijada
para el 14 del próximo noviembre.
Dígnese aceptar mi humilde, pero vivo
agradecimiento; tenga la bondad de manifestarlo a
todos sus socios; que todos tengan vida feliz y
puedan los venideros ver el fruto de su caridad,
al tiempo que Dios tenga preparado a todos el muy
merecido galardón en el cielo.
Me recomiendo por último a la caridad de sus
santas oraciones y me profeso con la mayor
gratitud su
Turín, 30 de septiembre de 1877.
Afmo.
amigo en Jesucristo
JUAN BOSCO, Pbro.
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