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más adelante; había confiado al Beato todas sus
penas. El Siervo de Dios le aseguró que, mientras
viviese, no tendría gloria en este mundo, pero sí
después de su muerte. Y así fue. A sus espléndidos
funerales asistieron ((**It13.176**)) todas
las autoridades del Estado, el Presidente de la
República se hizo representar en ellos, se
difundieron sus retratos por millares y millares,
los diarios de todo color tejieron sus elogios.
Monseñor Silva, Obispo de Goiás, llegado al
Oratorio en marzo de 1891, atestiguó el vaticinio,
que el difunto Prelado le había referido, y el
póstumo triunfo, al que pocos meses antes había
asistido.
A primeros de septiembre, don Juan Cagliero
estaba al lado de don Bosco. Fue agasajado en el
Oratorio y fuera de él, alegró mucho al buen Padre
con la relación de las grandes cosas que sus hijos
hacían en América y de las todavía mayores, que
los amigos de allá esperaban de ellos. Movido por
estas noticias, escribió una serie de cartas, que
iluminan su acción misionera o, mejor dicho, su
industriosa actividad apostólica. Las seis
primeras salieron para América, dos con el segundo
correo de septiembre y cuatro con el primero de
octubre.
1. A la señora Elena Jackson
Esta insigne bienhechora era hermana del señor
Juan Jackson, con cuyo apellido se denomina hasta
el día de hoy la colonia agrícola salesiana de
Montevideo-Manga. La familia Jackson, una de las
más influyentes y ricas de Montevideo, favoreció
siempre generosamente a los salesianos. La señora
Elena contribuyó también a los gastos para
preparar la edición española del Giovane
Provveduto (El Joven Instruido) y de otras obras
del Beato; a ella en particular se debe la casa de
las Hijas de María Auxiliadora, que se abrió en
las cercanías d el colegio Pío.
Benemérita señora Jackson:
La Divina Providencia, que tiene en sus manos
el corazón de sus siervos, suele moverlo a su
tiempo para realizar lo que es según sus adorables
designios, sin mirar al mérito para el que se da
tanto beneficio. Este es nuestro caso. Mis hijos
los salesianos con las manos vacías, confiados
únicamente en la bondad del Señor, emprendieron el
viaje a América del Sur para cooperar a salvar
alguna alma ((**It13.177**)) para
el cielo. V. S. fue el alma elegida para comenzar
y sostener la obra del Señor en Villa Colón.
El doctor Cagliero y el doctor Lasagna me
habían escrito varias veces sobre su religiosidad,
su afecto al Papa y la gran caridad dispensada al
colegio Pío. La ayuda prestada para empezar este
colegio; la continua caridad que nos dispensa para
costear
(**Es13.158**))
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