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Dios nos bendiga, un cordialísimo saludo a
todos y ruega a nuestros queridos muchachos que
comulguen pidiendo por mi salud y me darán un gran
alegrón. Yo rezaré por ellos.
Afmo. en Jesucristo
JUAN BOSCO, Pbro.
P. D. Monseñor Alimonda es Obispo de Albenga;
óptima elección para nosotros.
En Alassio tuvo don Bosco uno de aquellos
encuentros, en los que brillaba su prudencia. El
reverendo Sciorati, profesor de filosofía en el
liceo de Génova, y otros colegas suyos tenían
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pésima impresión sobre el colegio de Alassio; en
consecuencia los alumnos que se presentaban allí a
exámenes de preuniversitario eran tratados con
extremada severidad y casi con acritud. El
director, don Francisco Cerruti, fue a Génova para
disipar las prevenciones e invitó a Sciorati a que
fuera a Alassio para examinar a los alumnos.
Sciorati aceptó. Era un sacerdote liberal, de
conducta poco edificante. Fue, pero vestido de
seglar. Al llegar allí y enterarse de que acababa
de llegar también don Bosco, quedó algo
desconcertado y sintió la necesidad de dar
explicaciones a don Francisco Cerruti.
-íCompréndalo!... He venido vestido de
seglar... para mayor comodidad en el viaje... para
evitar posibles insultos...
Y, mientras decía esto, llegó a la presencia de
don Bosco. El Beato, que había reconvenido muchas
veces a cualquier sacerdote que no llevase sotana,
entonces no dijo nada; fue muy cortés con él y le
tributó su estimación y respeto; tanto que
Sciorati se conmovió y entusiasmó, y jamás olvidó
aquel primer encuentro. Al año siguiente y otras
veces más volvió como amigo, pero siempre con
hábito talar. Don Francisco Cerruti advirtió que
parecía cada vez mejor y que celebraba
regularmente y con devoción la santa misa. Acabó
sus días de manera verdaderamente sacerdotal. Un
solo aviso le habría irritado o desalentado; pero,
el proceder prudente de don Bosco produjo en él un
saludable cambio.
En el Oratorio ya casi no resistía el Beato las
confesiones de los muchachos; le costaba incluso
levantar la mano para dar la absolución.
Pero el cansancio físico no le impedía dar
audiencias durante buena parte de la mañana, ni
estar sentado largas horas al escritorio por la
tarde y menos aún trabajar con la mente.
Precisamente entonces estudiaba la manera de dar
vida a una publicación periódica, que ya había
proyectado tiempo atrás, a saber: el Boletín
Salesiano.
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