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Oído esto, cortó el Beato la conversación,
diciendo:
-Si sabía antes, también sabe ahora: la Virgen
no hace las cosas a medias.
Diciendo esto, le puso la pluma en la mano, y
la muchacha firmó con soltura.
Es imposible describir el entusiasmo de los
muchachos en aquellos días. Los elegantes ademanes
del Arzobispo americano les habían conquistado;
siempre que atravesaba el patio o se asomaba desde
lo alto, se oían fuertes aplausos por todos los
rincones. Pero sobrevino un desagradable percance
que le hizo abreviar su permanencia en el
Oratorio. Fue el 27 al Arzobispado para visitar a
monseñor Gastaldi, y no lo encontró. Volvió a la
mañana siguiente, y le notificaron que Monseñor no
estaba en palacio, sino en la casa de campo
arzobispal de Pianezza, desde donde, informado ya
de la visita, le enviaba a decir que no se
molestase más, pues él ((**It13.152**)) iría a
Turín el día 29 solamente para el pontifical y
después volvería a la casa de campo aquella misma
tarde. Sin embargo, más tarde envió al secretario
para invitar a comer sólo al Arzobispo, pero no
sabemos bien qué día. El secretario entró en el
Oratorio, se acercó al primer muchacho con quien
se tropezó, le encargó de llevar el recado a don
Bosco y se marchó. El muchacho se quedó como quien
ve visiones; sin embargo, subió al despacho de don
Bosco, iba tímidamente a poner pie en su antesala,
cuando vio dentro a muchos señores, y se detuvo en
el umbral. El barón Bianco de Barbania, que se dio
cuenta del apuro, le preguntó la causa y, al saber
el singular mensaje, se encargó él mismo de
pasarlo. Monseñor Aneyros se disgustó tanto que no
sólo no aceptó la invitación, sino que determinó
marcharse lo antes posible de Turín; se disculpó,
sin embargo, con el Arzobispo aduciendo como
motivo su próxima partida. En efecto, el día 30
muy de mañana partió con su séquito hacia
Sampierdarena. Allí fue recibido con gran júbilo.
Pasó después a Varazze, fue a saludar al Obispo de
Savona, y de allí se acercó a esperar a don Bosco
en el colegio de Alassio. Cuando aún había
esperanza de disuadirlo de su propósito de
anticipar la partida, don Bosco había escrito a
don Juan Cagliero una larga carta, para la que no
podríamos encontrar lugar más oportuno que éste,
como comprobarán los lectores.
Mi querido Cagliero:
Necesitaría escribirte todo un volumen. Te haré
un pequeño resumen de la situación. Recibí a
monseñor Aneyros en Sampierdarena con los
peregrinos argentinos y los acompañé a Roma. Yo me
hospedé, como siempre, en casa del señor
Sigismondi,
(**Es13.138**))
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