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((**Es13.137**) de vosotros y de ellos no se extinguirá jamás. Estad seguros de que nosotros, aunque separados por el inmenso Océano, os tendremos siempre presentes en nuestra mente, en nuestro corazón, en nuestras oraciones. Estad seguros de que siempre tendréis en los salesianos una ayuda fiel y un gran número de hermanos que os aman con todo el afecto del corazón y procuran ayudaros en vuestra labor. Lo hemos leído en los escritos y hemos oído de labios de testigos oculares que el Beato, hacia el fin de su discurso, tomó un tono de voz tan fascinador, como nunca se había oído en sus labios. Después de él habló el Arzobispo. La dignidad del gesto y toda su presentación, así como el afecto que visiblemente lo animaba, arrebataron a cuantos lo escuchaban, a pesar de que hablaba en castellano. Ya en el Parlamento de su patria había adquirido, como diputado, gran fama de orador improvisador. En cuanto terminó, don Bosco besó su anillo y Monseñor besó su mano; y diéronse después un afectuoso abrazo en medio de estruendosos aplausos. Entonces rogó el Beato a monseñor Ceccarelli que repitiera sus palabras en italiano, lo que éste hizo con gran maestría 1. ((**It13.151**)) La Providencia reservó para el final una bonita sorpresa. Asistía al acto una jovencita, llamada Josefina Longhi, paralítica y muda hasta un mes antes en que había recobrado prodigiosamente el movimiento y la palabra, rezando con don Bosco una avemaría a María Auxiliadora. Estaba ella allí con sus padres, que habían acudido para certificar por escrito la verdad del hecho. Por consejo de don Miguel Rúa, subieron las gradas del palco, llevando a la hija, para besar la mano del Arzobispo y de don Bosco. Quiso entonces el Prelado oír de sus labios la narración del prodigio, haciéndole de intérprete monseñor Ceccarelli: la niña, de doce años, con lengua muy suelta contó deprisa la escena tal como había ocurrido; el Arzobispo la bendijo y le dio una medalla. Pocos instantes después, mientras el padre y la madre firmaban la relación escrita por el conde Cays, don Bosco dijo a la niña que firmara ella también. El padre la disculpó, diciendo que la pobrecita no sabía escribir. -íCómo! exclamó don Bosco; >>una muchachita como ésta no ha ido a la escuela y no ha aprendido siquiera a escribir su nombre? -Es verdad que antes de la parálisis sabía escribir; pero después ya no pudo. 1 Las palabras de monseñor Aneyros se leen, traducidas al italiano, en el apéndice de un discurso pronunciado por monseñor Ceccarelli en la solemne repartición de premios a los estudiantes del Oratorio y publicado por la Tipografía Salesiana en 1877. Lo reproducimos en nuestro Apéndice, doc. n.° 12. (**Es13.137**))
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