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de vosotros y de ellos no se extinguirá jamás.
Estad seguros de que nosotros, aunque separados
por el inmenso Océano, os tendremos siempre
presentes en nuestra mente, en nuestro corazón, en
nuestras oraciones. Estad seguros de que siempre
tendréis en los salesianos una ayuda fiel y un
gran número de hermanos que os aman con todo el
afecto del corazón y procuran ayudaros en vuestra
labor.
Lo hemos leído en los escritos y hemos oído de
labios de testigos oculares que el Beato, hacia el
fin de su discurso, tomó un tono de voz tan
fascinador, como nunca se había oído en sus
labios. Después de él habló el Arzobispo. La
dignidad del gesto y toda su presentación, así
como el afecto que visiblemente lo animaba,
arrebataron a cuantos lo escuchaban, a pesar de
que hablaba en castellano. Ya en el Parlamento de
su patria había adquirido, como diputado, gran
fama de orador improvisador.
En cuanto terminó, don Bosco besó su anillo y
Monseñor besó su mano; y diéronse después un
afectuoso abrazo en medio de estruendosos
aplausos. Entonces rogó el Beato a monseñor
Ceccarelli que repitiera sus palabras en italiano,
lo que éste hizo con gran maestría 1.
((**It13.151**)) La
Providencia reservó para el final una bonita
sorpresa.
Asistía al acto una jovencita, llamada Josefina
Longhi, paralítica y muda hasta un mes antes en
que había recobrado prodigiosamente el movimiento
y la palabra, rezando con don Bosco una avemaría a
María Auxiliadora.
Estaba ella allí con sus padres, que habían
acudido para certificar por escrito la verdad del
hecho. Por consejo de don Miguel Rúa, subieron las
gradas del palco, llevando a la hija, para besar
la mano del Arzobispo y de don Bosco. Quiso
entonces el Prelado oír de sus labios la narración
del prodigio, haciéndole de intérprete monseñor
Ceccarelli: la niña, de doce años, con lengua muy
suelta contó deprisa la escena tal como había
ocurrido; el Arzobispo la bendijo y le dio una
medalla. Pocos instantes después, mientras el
padre y la madre firmaban la relación escrita por
el conde Cays, don Bosco dijo a la niña que
firmara ella también. El padre la disculpó,
diciendo que la pobrecita no sabía escribir.
-íCómo! exclamó don Bosco; >>una muchachita
como ésta no ha ido a la escuela y no ha aprendido
siquiera a escribir su nombre?
-Es verdad que antes de la parálisis sabía
escribir; pero después ya no pudo.
1 Las palabras de monseñor Aneyros se leen,
traducidas al italiano, en el apéndice de un
discurso pronunciado por monseñor Ceccarelli en la
solemne repartición de premios a los estudiantes
del Oratorio y publicado por la Tipografía
Salesiana en 1877. Lo reproducimos en nuestro
Apéndice, doc. n.° 12.
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