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Monseñor Aneyros celebró la misa de comunidad
del 29. Al llegar el momento de la comunión,
empezó a repartir las sagradas especies; pero, al
llegar a la mitad, no podía aguantar el cansancio
y pidió que alguien le substituyese. Monseñor
Ceccarelli cantó la misa solemne, a las diez, y, a
primeras horas de la tarde, predicó después de
vísperas, luciendo sus admirables dotes oratorias.
El Arzobispo de Buenos Aires no pudo dar la
bendición, pues no habían dado las seis. Hacia las
seis y media se renovó, o mejor, se reanudó la
velada de la víspera en honor de don Bosco.
Asistió a ella mayor número de forasteros. Estaban
también representados los colegios por los
directores o por otros. Acabadas las lecturas y
declamaciones, terminadas las piezas de música y
los cantos, don Bosco se levantó. Estallaron
fragorosos aplausos, y, cuando reinó el más
religioso silencio, habló el Siervo de Dios al
imponente auditorio:
Este día es uno de los más hermosos de mi vida.
Será una fecha memorable en las memorias del
Oratorio. Al ver a mi alrededor a tantos
jovencitos llenos de alegría, que me manifiestan
su amor y su gratitud, se conmueve verdaderamente
el corazón. íQué hermoso es el corazón unido a la
caridad! >>Por qué se suministran los medios para
atender y educar a tantos jóvenes para el paraíso?
>>Por qué tantas y tantas piadosas personas
sacrifican parte de sus haberes y los emplean
santamente para socorrer a estos jovencitos? >>Por
qué tantas y tantas personas abandonan el mundo,
se unen a Dios con lazos de virtud y de amor
fraterno y dedican toda su vida a que estas
tiernas plantecitas crezcan para el cielo? íPor la
caridad! Sí, son los vínculos de esta virtud, los
que nos mantienen en todas partes estrechamente
unidos en el Señor, de suerte que, movidos por el
amor, nos socorremos amablemente unos a otros. Es
la caridad la que mueve a muchas distinguidas
personas de regiones muy lejanas a venir a este
Oratorio y adaptarse a la pobreza de este lugar
para satisfacer el santo celo que tienen de llevar
la luz del evangelio a otros países incultos, y
para aumentar así con nuevos hijos la familia del
Padre común de los ((**It13.150**))
fieles. Es la caridad la que indujo a muchos
valientes soldados de Cristo a dejar la patria,
los parientes y todo lo demás para ir a tierras
muy remotas, arrastrando sufrimientos y fatigas
para llevar la buena nueva a sus hermanos.
Y es la caridad la que esta tarde nos reúne
aquí a todos en este lugar. Os lo digo con todo el
corazón: hubiera querido tener palacios esmaltados
de diamantes, con pavimentos cubiertos de rosas y
azucenas para recibir dignamente al Arzobispo de
Buenos Aires, a monseñor Ceccarelli y a todos los
demás de su séquito. Pero somos los pobres
salesianos, que vivimos de la ayuda de personas
piadosas y no podemos hacerles el recibimiento que
hubiéramos deseado. Y ellos, movidos por la
caridad, se han atrevido a soportar las
incomodidades del Oratorio para tener medios con
que hacer nuevas obras de caridad. Sean, pues,
dadas gracias a ellos por las privaciones sufridas
al adaptarse a la pobreza de esta casa y por el
gran honor y el placer que nos han hecho. Nosotros
guardaremos un recuerdo imperecedero.
Vosotros volvéis a vuestras tierras, al campo
de vuestra mies, pero decid a vuestros compañeros
y al señor Benítez que nuestro agradecimiento por
los beneficios recibidos
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