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al de san Pedro. Según acostumbre, la fiesta
empezaba la víspera al atardecer, con la lectura
de composiciones en prosa y en verso y con piezas
de música y cantos, y tampoco se quiso faltar a la
tradición en aquella ocasión. Pero aquel día 28
era la fiesta de san León, día onomástico y
cumpleaños del arzobispo Aneyros; era además la
víspera de san Pedro, día onomástico de monseñor
Ceccarelli. No podía darse coincidencia más feliz.
Nadie hubiera podido reconocer allí el patio de
la casa: hábiles hermanos, ((**It13.147**))
ayudados por los muchachos mayores, lo habían
transformado en un grandioso teatro a cielo
abierto. Por encima de su palco, levantado con
tablas y cubierto con tapices, había un gran
dosel, que protegía con su sombra tres sillones
dorados: el más suntuoso, en el centro, era para
el señor Arzobispo, y los dos laterales para don
Bosco y monseñor Ceccarelli. Todo el palco con su
dosel estaba cercado por una pintoresca variedad
de gallardetes, oriflamas, flores y farolillos.
Delante de aquel trono había por todo el patio
faroles de gas, dispuestos en amplio círculo con
cristales de diversos colores, que difundían al
anochecer una luz viva y tranquila. Los vanos de
las ventanas estaban cubiertos con papeles
transparentes a dos colores, en los que las
lucecitas colocadas detrás hacían resaltar
emblemas e inscripciones que ensalzaban a don
Bosco y a los huéspedes. Pero atraía las miradas
del público, reunido para la velada, una grandiosa
estrella transparente que brillaba en lo alto del
trono. Tenía ésta dos metros de diámetro y veinte
rayos, en cada uno de los cuales se leía el nombre
de una casa salesiana con el año de su fundación
en la punta. En el centro se destacaba el nombre
de don Bosco, aureolado por una faja que tenía en
el fondo las siglas O. S. F. S. del Oratorio de
San Francisco de Sales. La estrella estaba
iluminada por detrás con muchas luces y producía
un efecto mágico. El público ocupaba el espacio
libre del patio. Lo componían cooperadores y
numerosos amigos y cerca de un millar de muchachos
entre internos y externos. A los lados se
levantaban los palcos para la banda de música de
los aprendices y para la coral de los estudiantes.
A eso de las nueve los festejados subían las
gradas del palco; cuando llegaron arriba hizo don
Bosco ademán a monseñor Aneyros para que ocupara
el sillón central más elevado; surgió entre ambos
una porfía, al querer el uno ceder el honor al
otro. La simpática contienda, contemplada primero
en silencio por los espectadores, suscitó
enseguida fragorosos aplausos de todo el público.
Pero venció la humildad de ambos, sugiriendo un
óptimo recurso: dejaron vacío aquel sillón e
invitaron ((**It13.148**)) a
todos los presentes a imaginar que veían sentado
en
(**Es13.134**))
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