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Carísimo Rúa:
Estoy en Ancona con el cardenal Antonucci y
celebraremos san Juan a orillas del Adriático,
frente a Lissa.
Mañana, Dios mediante, partiremos para Milán,
donde pararemos el martes y el miércoles hasta las
cuatro de la tarde, en que saldremos hacia Turín.
Llegaremos cerca de las ocho. Te comunico, para tu
norma, que a los argentinos les gusta mucho la
carne y son muy delicados para la cocina; mas, por
su piadosa consideración, siempre se muestran
contentos. Hasta donde os sea posible, elegid
habitaciones cómodas y con letrinas aseadas.
Lo demás corre de tu cuenta, de la nuestra y de
la suya. Dios nos bendiga a todos. Dirás a
nuestros queridos muchachos que voy ahora a
celebrar la santa misa y que rogaré mucho por
ellos; y por este lado ellos no perderán; tampoco
quiero queden mal por lo que se refiere a la
cocina, puesto que quod differtur non aufertur (lo
que se aplaza no se quita), y quedarán indemnes.
Pero monseñor Aneyros querría llevarse consigo
medio ejército de misioneros para dar el asalto a
los pamperos y a los patagones. Rezad por vuestro
San Juan, 1877.
Afmo. amigo en Jesucristo
JUAN BOSCO, Pbro.
El 24 cayó en domingo. Don Bosco fue a celebrar
a eso de las diez en la iglesia del Jesús, regida
por los misioneros de la Preciosísima Sangre. Le
ayudó a misa un jovencito, que no olvidó en toda
la vida aquel momento. Vio entrar en la sacristía
a un <> bajo, modesto en el semblante y
totalmente desconocido en el porte. Pero <> descubrió un no sé qué de atrayente
bondad, que despertó ((**It13.144**)) en
seguida en él una mezcla de curiosidad y de
respeto. Mientras celebraba notó que tenía algo
especial, que invitaba al recogimiento y al
fervor. Terminada la misa, y después de la acción
de gracias, aquel sacerdote púsole la mano sobre
la cabeza, le regaló diez céntimos, quiso saber
quién era y qué hacía y le dijo unas buenas
palabras. Cuarenta y ocho años más tarde aquel
muchacho, que se llamaba Eugenio Marconi y era
alumno del Instituto del Buen Pastor, escribía:
<<íQué dulzura la de su voz! íQué afabilidad y qué
afecto encerrados en sus palabras! Yo quedé
confuso y conmovido>>.
Cuando regresó al Instituto, advirtió un
movimiento insólito entre los superiores y los
compañeros.
Le dijeron que estaba don Bosco en Ancona y que
a primeras horas de la tarde iría a visitar el
Instituto y había que prepararse para recibirlo
dignamente. Hacia las tres, formados todos en la
sala mayor, vio entrar precisamente al <>
de la mañana, acompañado por el director
(**Es13.131**))
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