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Don Bosco se entendió con el Cardenal, a quien
presentó una nota de lo que necesitaba para cada
una de sus iglesias, capillas, oratorios y
altares. Le costó mucho tiempo hacer la nota.
Otras dos cosas quería resolver don Bosco en
Roma: quería conseguir una residencia propia y
poder abrir un hospicio para los jovencitos. En
casa del señor Sigismondi siempre se encontraba
algo molesto, pues no disponía más que de una
habitación y una cama; y él necesitaba un
secretario a su lado, que le proporcionase lo
necesario, como plumillas, papel, sobres, tinta y
otras cosas por el estilo. Y en esto fue muy
afortunado. Las nobles Oblatas de Tor de'Specchi
tenían ((**It13.138**)) con el
Oratorio, de mucho tiempo atrás, una especie de
deuda, que deseaban saldar, amueblando cinco
habitaciones de su propiedad, situadas en una casa
frente por frente de la suya y poniéndolas a
disposición de los salesianos, para cuantas veces
fuese alguno de ellos a Roma. Don Bosco visitó
aquellas habitaciones y aceptó de muy buen grado;
así lograría quitar todo fundamento a la extraña
voz que corría de que la casa de los conceptinos
se iba a convertir en fonda de los salesianos a su
paso por Roma.
Asunto más serio era la búsqueda de un lugar,
donde abrir un hospicio. Visitó varias casas,
entabló negociaciones para comprar una situada en
los barrios del ensanche de Roma. Declaró su
intención al Cardenal Secretario de Estado y
obtuvo no sólo alientos, sino también promesa casi
formal de que el Padre Santo le ayudaría
económicamente con mucha generosidad. Poco después
le indicó el Cardenal Vicario la necesidad que
había de una iglesia en la parte nueva de Roma;
pues en aquel barrio, ya tan poblado, no se
hallaba ni una capilla católica, mientras los
protestantes habían levantado un templo
precisamente en su centro; él, pues, rogaba a don
Bosco que construyese allí una iglesia. Hacía ya
tres años que su predecesor había confiado a otros
el encargo de estudiar el asunto, pero no se había
encontrado el lugar y mucho menos los medios.
Cuando don Bosco oyó esto, no puso impedimentos;
salió del palacio del Cardenal, se encaminó
inmediatamente al conde Berardi y le preguntó si
tenía todavía en venta cierto terreno, del que se
había hablado en otras ocasiones. Recibió
respuesta afirmativa; pero había una tercera
persona interesada en aquel asunto. Don Bosco se
dirigió en el acto a aquella persona, se entendió
con ella para la cesión del terreno necesario y
pidióle que fijara un precio de acuerdo con la
renta. Accedieron los propietarios y se fijó la
cantidad en doscientas mil liras. Resulta que en
un sólo día se empezaron las negociaciones y se
llevaron a cabo. No quedaban más que las
formalidades legales, que siempre requieren su
tiempo; pero don Bosco tuvo que
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