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que tengamos local preparado, se vaya organizando
la disciplina y la divina Providencia nos envíe
medios para mantenerlos.
Al llegar a este punto de nuestra exposición,
me haréis otra lógica pregunta. La angostura del
lugar, las muchas peticiones de admisión, las
reparaciones, la ampliación de locales y también
de esta misma iglesia donde nos encontramos,
reclaman un edificio más amplio, más alto, que
pueda servir mejor para la celebración de la misa,
oír confesiones, dar la catequesis a los niños,
predicar a los adultos y a los que viven por aquí
cerca. Esto es indispensable para que el Instituto
pueda alcanzar su fin, que es el bien de la
humanidad y la salvación de las almas. >>Ahora
bien, cómo remediar tantas necesidades? >>Cómo
encontrar el dinero indispensable para dar pan a
los internos, vestirlos, proporcionarles maestros,
asistentes, jefes de taller? >>Cómo llevar
adelante las obras comenzadas y las que habría que
empezar?
Todo esto es la pura verdad; es más, añado que
para sostener las obras ya empezadas hubo que
contraer algunas deudas, sólo se ha pagado la
mitad de la casa y hay que pagar todavía más de
cincuenta mil francos. A pesar de ello no debemos
asustarnos. La divina Providencia, que vela como
madre piadosa sobre todas las cosas, que alimenta
a las aves del aire, a los peces del mar, a los
animales de la tierra, a los lirios del campo,
>>no nos proporcionará lo necesario a nosotros que
((**It13.109**)) ante
el reador somos superiores con mucho a esos seres
materiales? Más todavía: >>ese Dios, que inspiró
en vosotros, en vuestros benéficos corazones el
generoso pensamiento de promover, de fundar, de
sostener hasta ahora esta obra, no seguirá
infundiendo gracia y valor en vosotros,
suministrándoos los medios para continuarla? Y más
aún; Dios, el cual hizo que, sin nada se fundaran
colegios, en los que se reúnen hasta catorce mil
niños sin que se disponga para ellos ni de un
centavo de presupuesto, >>querrá, tal vez ahora
dejarnos faltar su ayuda para estas obras, que
tienden, todas ellas, a aliviar la clase más
abandonada y más necesitada de la sociedad civil,
a socorrer a las almas que se encuentran en mayor
peligro, a aquéllas para las que fueron creados el
cielo y la tierra y todo lo que en el cielo y en
la tierra se encuentra: esas almas por las que
nuestro adorable Salvador entregó hasta la última
gota de su sangre?
íNo! Fuera, pues, toda duda, todo temor de que
pueda faltarnos la ayuda del cielo. No hagamos
este agravio a la divina bondad, no hagamos este
agravio a nuestra religión y a vuestra grande y
tantas veces experimentada generosidad. Estoy
seguro de que la caridad, que os movió a hacer
tantos sacrificios en el pasado, no permitirá
nunca que quede imperfecta una obra tan felizmente
comenzada.
Esta esperanza tiene también otro fundamento, a
más de la bondad de vuestros corazones, que se
apoya en la gran merced que todos vosotros buscáis
y que íDios asegura a las obras de caridad! Dios
es infinitamente rico e infinitamente generoso. En
su riqueza puede dar amplio galardón por cada cosa
hecha por su amor; y, en su infinita generosidad,
paga con medida buena y abundante la más pequeña
cosa que hagamos por su amor. No daréis, dice el
Evangelio, un vaso de agua fresca en mi nombre al
más pequeño de los míos, o sea, a un menesteroso,
sin que recibáis su recompensa.
La limosna, nos dice Dios en el libro de
Tobías, libra de la muerte, limpia el alma de los
pecados, hace que se encuentre misericordia ante
la presencia de Dios y nos lleva a la vida eterna.
Eleemosina est quae a morte liberat, purgat
peccata, facit invenire misericordiam et vitam
aeternam. (La limosna libra de la muerte, purga
los pecados, hace que se encuentre la misericordia
y la vida eterna).
Entre las grandes recompensas también está la
de que el Salvador considera como hecho a sí mismo
todo acto de caridad que se hace a los infelices.
Si viésemos al
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