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y el venerando señor Benítez. La población los
recibió con entusiasmo. Cinco de ellos se alojaron
en la casa parroquial del doctor Ceccarelli y los
otros dos en la del señor Benítez. Aún había que
hacer muchas obras antes de que el colegio
estuviese en condiciones. Conviene contar aquí un
poco de la historia del mismo.
La fundación de San Nicolás, que el doctor
Ceccarelli, párroco de aquella ciudad, ofreció al
beato don Bosco, carecía de bases firmes. En las
negociaciones no se anduvo el Siervo de Dios con
menudencias. Su intención, de momento, era la de
implantar una primera estación en un lugar desde
donde se pudiera realizar su doble ideal de
emprender las misiones indígenas y ayudar a los
emigrantes italianos, faltos de toda asistencia,
sin maestros y sin sacerdotes. San Nicolás ofrecía
las dos posibilidades por la relativa cercanía de
los indios y por el crecido número de colonos
llegados de Liguria. Había de sesenta a setenta
familias de <> o arrendatarios, que
llevaban una vida patriarcal, cultivando tierras,
adquiridas con el fruto de su trabajo.
Estas familias no se mezclaban con las gentes del
país; concertaban los casamientos entre
compatriotas, llevándose también las esposas de
Liguria, principalmente del valle del
<>. Descollaban entre aquellas familias
los Montaldo, con los que estaban estrechamente
emparentados los Cámpora, los Lanza, los Ponte,
los Vigo, apellidos conocidos y queridos por
nuestros hermanos, por los beneficios ((**It12.103**))
recibidos de ellos y por las vocaciones
eclesiásticas y religiosas que brotaron en
aquellas casas.
Así, pues, cuando los Salesianos llegaron a San
Nicolás de los Arroyos, tuvieron la desagradable
sorpresa de encontrar que el colegio prometido y
concedido por una Comisión argentina para tiempo
ilimitado, no tenía muebles y se reducía a tres o
cuatro salones a ras del suelo. Al ver el padre
Fagnano que la cosa iba para largo, se industrió,
ayudado por los colonos y por el mismo párroco
Ceccarelli, para proveer a la comunidad de lo
estrictamente necesario; y, mientras tanto, se
comenzaban las primeras clases.
Menos mal que la iglesita era pasable; pero la
había construido una persona privada a sus
expensas, el generoso Francisco Benítez, que fue
el más grande y caritativo de los cooperadores
salesianos de aquel país. Había mandado construir
en ella una precioso altar tallado en madera;
había llevado de Barcelona una linda estatua,
esculpida en madera, de María Inmaculada. La
iglesita se llenaba cada día de italianos, detrás
de los cuales empezaron pronto a asomar los
muchachos del pueblo. Las funciones se celebraban
en ella como en Turín, con misas solemnes,
cantadas por un coro formado con los hijos
de(**Es12.95**))
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