((**Es12.94**)
bien cuidan nuestras almas! íCuánto bien nos
hacen! Antes nadie se había preocupado de
nosotras.
>>Después, así que llegaron las Hermanas y
abrieron su colegio en Almagro, el año 1878,
volamos allí nosotras a alistarnos como
postulantas y novicias y fuimos las primeras
argentinas que profesaron.
>>Amadísimo Padre, estos dulces recuerdos se
agolpaban en nuestra mente y nos hacían llorar de
consuelo y gratitud, mientras acompañábamos las
filas de nuestras niñas tras la imagen del beato
don Bosco>>.
Pero no hay que creer que todos los italianos
de Buenos Aires pensasen de la misma manera.
Elementos de la masonería, que trabajaban para
dominar la colonia, se habían infiltrado también
en la Cofradía y, de acuerdo con sus colegas de la
península lejana, trabajaban con astucia y
tenacidad para laicizar aquella religiosa
institución. Pero tuvieron que habérselas con
quien tenía mas coraje que ellos y disponía de
inagotables recursos. Don Juan Cagliero se dio
cuenta de los manejos de la secta y, apoyado por
la Curia metropolitana, modificó el reglamento,
reformó los estatutos 1, y echó al fuego los
registros. Todo lo hizo a la luz del sol. Con un
discurso de ardiente elocuencia, verdaderamente
italiana, purificó y defendió el nombre de la
patria contra las infamias, con que en el mes de
abril anterior lo habían manchado hordas salvajes
de la Boca con la pedrea contra el Arzobispo y la
iglesia de San Francisco y con el incendio del
colegio del Salvador, y, para renovar el personal
de la Cofradía, proclamó paladinamente desde el
púlpito que todo el que quisiese formar parte de
ella, presentase personalmente la cédula de
cumplimiento pascual, que sería la única entrada,
la verdadera puerta del redil de Jesucristo.
Después dirigió heroicamente las elecciones del
nuevo Consejo. Aquel mismo día aparecieron
carteles pegados en las paredes que decían <>, ((**It12.102**)) y el
designado para presidente recibió un fuerte golpe
en el costado, pero éste resultó elegido y fue el
señor Rómulo Finocchio, católico a carta cabal,
que no tenía ningún miedo a los masones. El 15 de
enero de 1876 el Arzobispo de Buenos Aires podía
por fin escribir al Beato: <>.
Los siete destinados a San Nicolás de los
Arroyos se separaron de sus hermanos el 21 de
diciembre. Los acompañaban el párroco Ceccarelli
1 Véase, Apéndice, doc. I.(**Es12.94**))
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