((**Es12.91**)
Por último, don Francisco Benítez, como no
sabía italiano, pero sabía bastante latín, le
escribió en esta lengua una carta henchida de
afecto, veneración y gratitud.
No es para dicha la satisfacción que al corazón
del buen Padre le Produjeron testimonios tan
afectuosos.
Pensaban los misioneros que no les aguardaba en
Buenos Aires más que una estancia pasajera, para
proseguir enseguida su viaje a San Nicolás; pero
el Arzobispo había dispuesto que establecieran
también una residencia en la ciudad, y se
encargaran de la iglesia Mater Misericordiae,
llamada Iglesia de los Italianos. No bajaban de
treinta mil los italianos que había en la capital.
Podíase considerar esta oferta como providencial
pues ofrecía enseguida a los nuestros los medios
para atender a sus propios compatriotas, que
debían ser objeto principal de la Misión.
Aceptaron de buen grado la propuesta y se
dividieron en dos grupos, arreglándose lo mejor
posible, hasta que llegaron válidos refuerzos de
Turín.
La iglesia había sido construida por una
comisión de buenos italianos con ayuda de
donativos populares. Compraron el terreno y
levantaron en él la Capilla Italiana con
autorización formal de la Curia Episcopal, que
trasladó también allí la Cofradía Mater
Misericordiae, anteriormente erigida ((**It12.98**)) en la
iglesia de Santo Domingo y trasladada desde allí a
la calle Moreno.
Este traslado dio a la Capilla el nombre, que
todavía conserva. Pero, una vez levantada la
iglesia, faltábale el capellán. Los católicos
extranjeros de Francia, Alemania e Inglaterra lo
tenían; en cambio los italianos, más numerosos que
todos los demás extranjeros juntos, no lograban
tener un sacerdote que atendiese seriamente sus
necesidades espirituales. Por eso se alegraron
mucho cuando vieron cumplidos sus deseos. Y lo
demostraron en el momento de su llegada, pues la
Cofradía había determinado presentarse con algunos
centenares de sus miembros para rogar a los padres
que no aceptaran otros compromisos, porque ellos
querían conducirlos procesionalmente a la iglesia.
Pero, siguiendo el prudente consejo del doctor
Ceccarelli, se limitaron a enviar una simple
comisión.
El Arzobispo, que ansiaba proveer por fin a
tantas almas, escribía sobre el asunto, en la
carta ya mencionada, al Siervo de Dios en estos
términos: <<(Sus hijos) harán seguramente mucho
bien no sólo en San Nicolás, sino también en esta
capital, en donde es convenientísimo que tengan
una casa, no sólo para facilitar la comunicación
con V. R., sino también porque podrían hacer aquí
un bien inmensamente mayor que el que harán en San
Nicolás. Sólo aquí son unos treinta mil
los(**Es12.91**))
<Anterior: 12. 90><Siguiente: 12. 92>