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se sentó en medio de ellos, preguntándoles por don
Bosco y mil otras cosas, manifestando su vivo
deseo de volver a verlos.
A la hora oportuna fueron ellos al palacio
arzobispal a devolverle la visita.
Reunidos con Monseñor estaban los Vicarios
Generales y el personal de la Curia. Su Excelencia
salió a su encuentro, los presentó a aquellos
eclesiásticos y los acompañó a visitar las
dependencias curiales con afabilidad y atención
encantadoras; después los llevó al salón, y quiso
oírlos tocar y cantar. Repetidas veces llamó
afortunadas a las diócesis donde existían casas
salesianas, y daba gracias de corazón a Dios de
que le hubiera concedido a él tamaña bendición.
Todos los Superiores de las comunidades
religiosas se apresuraron a visitar a los nuevos
llegados con muestras de gran deferencia y
simpatía. Los párrocos no quisieron ser menos que
los demás y ofrecieron amistosamente toda suerte
de apoyo a los Salesianos. Entre las personas
privadas, que agasajaron cordialmente a los hijos
de don Bosco, merece especial mención don
Francisco Benítez. El venerable anciano, ya
conocido por los lectores, había salido
expresamente de San Nicolás de los Arroyos para ir
a su encuentro a pesar de sus ochenta años 1.
Humilde, caritativo, cordialísimo, se declaraba su
amigo, mientras ellos entablaron enseguida tal
confianza con él, que le llamaban padre.
El eco del honroso y alegre recibimiento cruzó
el Océano y llegó hasta el beato don Bosco a
través de cuatro cartas que le enviaron a los
pocos días de su llegada. No eran las de don Juan
Cagliero y los otros expedicionarios. ((**It12.97**)) Eran de
otros cuatro importantes personajes.
El doctor Ceccarelli, después de poner de
relieve la feliz coincidencia de que el mes del
viaje, del 14 de noviembre al 14 de diciembre, se
correspondía exactamente con el mes mariano de
allá, de modo que podía decirse que aquel viaje
había sido <>, complacíase con él por el honor
rendido a sus hijos en Argentina.
El doctor Espinosa, Vicario General, le
manifestaba las grandes esperanzas, concebidas por
los buenos ante el celo, que ya se admiraba en los
Salesianos.
El Arzobispo, satisfecho, admirado, lleno de
gozo y alegría, le comunicaba que había dado a los
misioneros todas las licencias para el ejercicio
del sagrado ministerio y le prometía que
encontrarían en él <>.
1 Véase, vol. XI, págs. 129-130.(**Es12.90**))
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