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trabajo, no; estad seguros de ello, la Providencia
no nos faltará. No tengáis ningún miedo. Hemos
puesto nuestra suerte en manos de Dios y siempre
nos condujo hasta la meta suspirada.
Sin embargo, aun cuando nos apoyamos ciegamente
en la divina Providencia, recomiendo con todo
encarecimiento la economía. Ahorremos cuanto se
pueda, ahorremos de todas las maneras posibles, en
los viajes, en los coches, en el papel, en los
comestibles, en los vestidos. No se malgaste ni un
sólo céntimo, ni un sello de correo, ni una hoja
de papel. Os lo ruego encarecidamente a cada uno
de vosotros, y en especial a los asistentes, a los
profesores y a todos los demás, que se esmeren por
hacer y lograr que sus subordinados hagan toda
suerte de ahorros e impidan cualquier gasto que
adviertan.
Al mismo tiempo, búsquense todas las maneras
para promover la caridad de los otros hacia
nosotros, con piadosas industrias y exhortaciones.
Dice el Señor: Ayúdate, que yo te ayudaré. Hemos
de hacer todos los esfuerzos posibles; no hay que
aguardar la ayuda de la Providencia de Dios
estando nosotros mano sobre mano. Ella se moverá
cuando vea nuestros generosos esfuerzos por su
amor.
Pero tenemos que hacer buen uso de la caridad
que nos hacen los otros. No hemos de preocuparnos
por hacer nuestra vida más cómoda, sino seguir la
máxima de san Jerónimo: Habens victum et vestitum
his contentus ero (teniendo con qué comer y
vestirme me daré por satisfecho). Y nada más.
Si lo hacemos así, nunca nos faltará la ayuda
del Señor. Mirad: si hubiésemos querido hacer el
presupuesto exacto y cabal para la expedición a
América y lograr la instalación de la Congregación
en aquellas tierras, habríamos debido disponer,
aun procediendo con gran economía, de cien mil
liras, ((**It12.80**)) y hasta
de trescientas mil, de haber querido pensar en
todos los pormenores y eventualidades. No hemos
hecho estos cálculos y nos limitamos a decir:
-íLo que hacemos es para la mayor gloria de
Dios! Dios nos pide que vayamos, Dios quiere que
partamos.
>>Y qué resultó? Se rezó, se pidió la bendición
del Padre Santo, y se obtuvieron los medios; no
faltó nada para los que partieron, ni para
nosotros. Por esto tenemos que exclamar
estupefactos: -Son hechos extraordinarios de la
divina Providencia, o mejor, hechos milagrosos,
los cuales demuestran que el Señor quiere servirse
de nosotros para los fines de su misericordia.
Y ahora, >>qué podemos hacer nosotros para
corresponder a tanta bondad de la divina
Providencia? íHelo aquí! Puesto que la Sociedad
está constituida, y nuestras Reglas aprobadas,
debemos esmerarnos en practicar las Reglas por
todos los medios y cumplirlas bien. Mas, para
practicarlas y cumplirlas, es necesario conocerlas
y, por tanto, estudiarlas. Impóngase cada uno el
deber de estudiar las Reglas. Ya no estamos en las
condiciones de antes, cuando ni las Reglas, ni la
misma Congregación estaba aprobada y, por
consiguiente, se iba adelante con un gobierno
tradicional y casi patriarcal. Pasaron aquellos
tiempos. Debemos atenernos a nuestro código,
estudiarlo en todos sus detalles, comprenderlo,
explicarlo, practicarlo. Debemos dirigir todas
nuestras actuaciones según las Reglas.
Cuando los Directores lleguen a sus casas,
pongan la mayor solicitud para que sus
subordinados conozcan mejor nuestras
Constituciones. Dése a éstas la mayor autoridad,
la autoridad suprema, que realmente tienen. íSon
la majestad de las leyes! Háganlas aprender y
comprender, interpretándolas con caridad y buenas
maneras.
En toda circunstancia, en vez de acudir a otras
autoridades, preséntese la de las Reglas:(**Es12.76**))
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