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habían obligado a suspender la conferencia
general; así que se reanudó en la tarde del 3 de
febrero. Asistieron a ella todos los profesos,
novicios y aspirantes del Oratorio, que volvieron
a juntarse en la iglesia de San Francisco de
Sales.
((**It12.72**)) Don
Luis Guanella, director del Oratorio externo de
San Luis en Puerta Nueva, fue el primero en
hablar. Dijo que acudían asiduamente a las
funciones dominicales doscientos cincuenta
muchachos pobres, de buen corazón. Su gran
aliciente era la Compañía de San Luis, algún
regalito una vez al mes y algún paseo que ayudaba
mucho para animarlos a ser buenos.
Deseaba el Director que los buenos catequistas,
estudiantes y aprendices, enviados por el Oratorio
de San Francisco, se ejercitaran en explicar
llanamente algunas de las principales
dificultades, para estar preparados a dar las
explicaciones, que les pedían los muchachos.
Don Domingo Milanesio, director del Oratorio
externo de San Francisco, espetó una media
conferencia. Su Oratorio abarcaba tres clases de
muchachos: estudiantes, aprendices y los que sólo
iban los domingos. Los estudiantes tenían clase
por la mañana y por la tarde, los aprendices por
la noche. En la iglesia se seguía con las mismas
funciones que don Bosco hacía en sus tiempos. Cada
domingo se distribuían de ciento cincuenta a
doscientas comuniones, gracias al celo y paciencia
de algunos sacerdotes de la casa. Se atendían
especialmente la Compañía del clero infantil y la
de San Luis. Cada semana se celebraba una
conferencia con los catequistas y en ella se leían
y explicaban algunas normas, hijas de la
experiencia, sobre la manera de conocer a los
muchachos y de saber tomar a cada uno por su lado.
Dio especialmente relieve a tres cosas:
1.¦ Dividir el catecismo en partes y enseñar a
los más pequeños lo estrictamente necesario.
Luego, ir ampliando los conocimientos de los
mayorcitos, a medida que crecían en edad e
inteligencia, de forma que un muchacho, al cabo de
un determinado plazo, pudiese conocer y saber todo
el catecismo.
2.¦ Para lograr que se guardase silencio en la
iglesia, el catequista debía moverse poco de su
sitio, hablar y corregir en voz baja y, en vez de
echar de la iglesia o poner de rodillas a los
revoltosos, dejarlos en su sitio y, después,
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enviarlos al Superior, para que les hiciera las
oportunas amonestaciones.
3.¦ También se había experimentado el buen
resultado que daba reunir a los muchachos cerca de
la puerta de la iglesia antes de entrar.
Pero los catequistas debían encontrarse ya en
sus puestos para(**Es12.70**))
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