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en una fonda de una ciudad desconocida, me vino la
idea de tomar enseguida el tren, y seguir derechos
hasta Lisboa por tierra para adelantarnos a la
llegada del barco y embarcarnos allí. Pero,
calculamos el coste del viaje y vi que era muy
superior al dinero que tenía, por lo que nos
resignamos a quedarnos en Burdeos hasta el 2 de
diciembre. Al estar ausente el eminentísimo
cardenal Donnet, yo no sabía qué hacer, ni a quién
dirigirme para hallar una honesta residencia
compatible con nuestros recursos. íPero alabada
sea nuestra santa religión católica, cuya caridad
resplandece en sus secuaces por todo el mundo!
Dios nos envió a un ángel para guiarnos como lo
había enviado al vacilante Tobías.
Se trata de un esbelto y noble joven de
Bolonia, que se nos presentó como ángel
consolador. Entró en el H“tel de Toulouse, y como
si fuésemos íntimos amigos y con mil cordiales
atenciones, se declaró dispuesto a resolver
nuestras dificultades, a cualquier indicación
nuestra. Bendiga Dios a este generoso y valiente
católico. Con su ayuda pudimos encontrar albergue
para todos; los sacerdotes y clérigos en el
Seminario, los coadjutores en los Carmelitas y
Pasionistas y todos somos tratados con una
cortesía y caridad que honra grandemente al clero
y a los ciudadanos de Burdeos.
Omito muchas cosas y sólo menciono las más
importantes. Dirigen el gran Seminario nueve
padres de San Sulpicio, Congregación fundada en
Francia por el padre Olier, que sólo se dedica a
la educación del clero. Nos quedamos maravillados
del excelente método que tienen estos buenos
superiores para educar y dirigir a los clérigos.
También ellos tienen el sistema preventivo como
nosotros; viven siempre en ((**It12.697**)) medio
de sus alumnos. La amabilidad, la solicitud, la
asistencia continua son sus bases. Los clérigos
tienen un porte exterior grave, afable, unido a
unos modales muy corteses.
Son ciento cuatro. Durante el recreo nos rodean
como lo harían nuestros muchachos del Oratorio y
están pendientes de nuestros labios todo el
tiempo, haciéndonos contar y repetir cien veces la
historia de nuestra Congregación y lo que se
esfuerzan por hacer los Salesianos, la manera de
encaminar a los muchachos a la piedad, a la
ciencia y más de uno manifestó el deseo de ser
salesiano. Muestran avidez por todo lo que
concierne al Padre Santo y, como no podían oír
todos a uno solo, rodean a nuestros sacerdotes y
clérigos y los fuerzan a hablarles en latín, para
poderlos entender mejor. Resulta bonito ver acá y
allá grupos apretados de clérigos, donde en uno se
habla en francés, en otro en latín, en otro en
italiano o castellano.
El Superior de los Carmelitas no sólo tiene
caridad sino hasta veneración por los pobres
Salesianos; vino aquí al gran Seminario para
invitarnos a todos a comer con él el viernes
pasado, fiesta de su Patrono y fundador, san Juan
de la Cruz, y quiso a toda costa que celebráramos
en presencia del Obispo y de muchos personajes.
He obtenido finalmente del agente Davis poder
celebrar la santa misa en el barco.
Aquí en el Seminario vivimos como en el
Oratorio formando verdadera comunidad con
oraciones, misa y meditación todos juntos. Como la
noticia de separarnos de los otros hermanos
nuestros llegó tarde, no tuvimos tiempo para traer
con nosotros el equipo ya cargado a bordo del
Savoie en Génova, y por esto estábamos faltos de
todo. Pero, tan pronto como se enteraron en
Burdeos de nuestras privaciones, hubo muchas
personas caritativas que se encargaron de
nosotros, y, en un santiamén, señoras y señores,
clérigos y sacerdotes nos proporcionaron casullas,
albas, crucifijos, toallas, ara, misal, etcétera;
todo, todo, hasta las hostias y una caja de
botellas de vino excelentísimo para la celebración
del Santo Sacrificio y para nuestra especial
necesidad. No bastan las palabras para expresar
nuestra inmensa gratitud a tan excelentes
bienhechores.
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