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Así, pues, estoy seguro de que su gran caridad
hacia Dios y los hombres, hará cuanto pueda para
presentarme óptimos jóvenes. En espera, pues, de
ver cumplidos mis deseos le ofrezco mis respetos
de corazón y con el mayor aprecio tengo el honor
de profesarme
Roma, Hospital del Espíritu Santo de Sassia, a
9 de marzo de 1864.
Su atto. v s.s.
Padre F. ANGEL
M. DEL TUFO, Capuchino
Director de los Hermanos
Hospitalarios
Conceptinos.
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Carta de don Luis Lasagna a don
Bosco
Veneradísimo Padre:
No me atreví a escribirle antes por no
comunicarle inútilmente nuestras ansiedades y
apuros, pero ahora que ya están las cosas
arregladas, siento la necesidad de confiar a su
corazón de padre lo que nos ocurrió de Génova a
Burdeos, para recibir los consejos y consuelos,
que estamos acostumbrados desde hace tantos años a
recibir de sus labios. Cuando nosotros diez
recibimos su bendición en la sala de espera de la
estación de Sampierdarena, nos pareció que crecía
y se reforzaba nuestro valor; pero, cuando el tren
nos separó de su lado, amadísimo Padre, y nos
llevaba lejos, muy lejos de usted, tal vez para
siempre, entonces nos quedamos tristes y en
silencio durante varias horas, alguno llorando
como desahogo del dolor, no por la partida deseada
y deliberada de mucho tiempo atrás, sino por
tenernos que separar de quien durante tantos años
había sido nuestro padre amoroso, y al que quizá
no volveríamos a ver más en esta tierra.
Hicimos una breve parada en el Colegio de
Alassio, donde algunos de nosotros ((**It12.696**))
teníamos amigos, alumnos y superiores. Pero,
cuando mis alumnos, con todos los demás del
Colegio, reunidos en una sala empezaron a cantar
himnos y a recitar diversos trozos literarios,
entonces >>quién podría describir la conmoción que
se apoderó de los corazones allí presentes?
En Niza nos encontramos con los hermanos que
nos habían adelantado con el cónsul comendador
Gazzolo. Entonces advertí un error, cuyas
consecuencias intenté inútilmente impedir; pues
aquí me di cuenta, por los documentos que me
entregaron, de que el barco no salía el día 20,
como nos habían asegurado, sino el 18 de
noviembre. Enviamos inmediatamente dos telegramas;
uno a la agencia del barco y otro al Cónsul
argentino de Burdeos para que, si fuera posible,
nos obtuvieran el retraso de unas horas para la
salida del barco. Pero cuando pusimos pie en la
ciudad, todavía estaba caliente el cañón, que
había dado la señal de salida a los viajeros del
Poitou, el gran barco que debía habernos llevado a
la lejana América.
El caso era muy serio, mas, sin amedrentarnos,
y haciendo de la necesidad virtud, llevé
inmediatamente su carta de recomendación al
cardenal Donnet, Arzobispo de aquella diócesis,
pero éste estaba ausente. Como teníamos que parar
unos quince días
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