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((**Es12.57**) Llegan después las vacaciones y se llevan el escaso fruto que la palabra de Dios ha hecho nacer. Se pusieron de acuerdo fácilmente acerca de la fecha y se repartieron entre ellos las pláticas de los mismos. Con esto se cerró la sesión de la mañana del martes, 1.° de febrero. En la reunión de la tarde, don Miguel Rúa, que presidía, ((**It12.56**)) comunicó el deseo de don Bosco de examinar qué clérigos podían proponerse para las ordenaciones. Cada Director presentó los que en su casa cumplían los requisitos necesarios. Don Francisco Cerruti sostuvo que convenía abrir la mano para las órdenes menores, concediéndoselas a los clérigos de primero y segundo curso de teología, ya que ello resultaba muy oportuno para contentarlos y alentarlos en su misión y, además, se conformaba con el espíritu de la Iglesia, que suele interponer largos intervalos entre una orden y la siguiente. El mismo sistema se aplicó para la admisión a la profesión religiosa. Evidentemente las atribuciones de los reunidos no eran las mismas: los Directores tenían voto consultivo y los miembros del Consejo Superior, deliberativo. Terminada esta parte, don Miguel Rúa hizo una recomendación. En aquellos primeros tiempos concedíase a los Directores mayor libertad de acción que ahora; la Congregación no podía organizarse de golpe, como ya vimos en el tomo anterior. Así sucedía que, aun sin previo acuerdo con don Bosco, ellos despedían aspirantes, novicios o socios. No se les negaba la facultad de tomar decisiones rápidas cuando lo exigían las circunstancias; pero se recomendaba que, por lo menos, se informara de ello al Capítulo Superior, y que esto se hiciera pronto, no con la escueta notificación de la salida, sino también con las indicaciones de la fecha, causa y forma de despido. A veces, se quería despedir a un aspirante coadjutor y se encontraba cómodo enviarlo al Oratorio; se rogaba que no se hiciera nunca, sin dar previo aviso de ello a los Superiores o, al menos, sin entregar al interesado una carta con los informes necesarios y oportunos. Lo mismo que el segundo tema no tenía nada que ver con el primero, tampoco el tercero con los otros dos. La Congregación había tomado definitivamente su propio puesto en el mundo y tenía conciencia de haber hecho, por así decirlo, su ingreso en la historia, y que la historia no basta hacerla, sino que también es preciso escribirla. Pues bien, el beato don Bosco, que había guardado hasta sus ((**It12.57**)) garabatos infantiles, y que no destruía ni siquiera los más humildes documentos 1, 1 GIRAUDI. El Oratorio de don Bosco, Pág. 88, nota. Turín, Soc. Ed., Internazionale, 1929.(**Es12.57**))
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