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viese avanzar hacia él aquella horrible figura y
pararse a los pies de su cama y decirle: -íVen
conmigo! (brrr... risas generales). El
contestaría: -Pero yo ahora no tengo ((**It12.610**)) ganas
de morir todavía... dejar a los parientes, a los
amigos, a los superiores... y después mañana... en
este dormitorio, íqué espanto!... Ahora no estoy
dispuesto.
Y si aquélla se acercase más y esgrimiendo la
corva guadaña le dijese: -No importa. Ahora hay
que dejarlo todo, parientes, amigos; para ti ya no
hay dormitorio, ya no hay mañana. Llevarás contigo
lo que te hayas preparado. Hac nocte animam tuam
repetent a te. Ibis in domum aeternitatis tuae.
Y lo que digo de uno puede suceder a muchos.
Ayer mismo, por traernos un ejemplo, el doctor
Savio se sintió algo indispuesto después de cenar.
Se acostó; a eso de la media noche fue alguno a
ver si necesitaba algo y se lo encontró muerto en
la cama. Había muerto sin recibir los sacramentos,
sin tener tiempo para pensar en las cosas de su
alma. Ya estaba en la eternidad. Afortunadamente
aquella noche había rezado las oraciones con los
demás de su casa, y, fuera de lo acostumbrado, él
mismo había hecho rezar a la familia las letanías
de la Bienaventurada Virgen María. Por eso
esperamos que la Virgen lo habrá ayudado en el
gran paso. Los años pasan y llega la muerte y
muchos de nosotros, que ahora estamos aquí sanos y
robustos, otro año ya no estarán.
Así, pues, volviendo a nuestro tema, para
alejar la muerte lo más posible, alejemos de
nosotros el pecado, especialmente el pecado contra
la virtud de la modestia que es el que, más que
ningún otro, aguijonea la muerte, y del que
entendía hablar el Espíritu Santo cuando dijo:
Stímulus mortis peccatum est.
La segunda parte de mi consejo se refiere a la
forma de estar preparados. Propongámonos pasar el
año, que vamos a empezar, como querríamos haber
pasado el que vamos a terminar. Cumplamos con
diligencia cada uno de nuestros deberes. Con
diligencia, esto es con amor, pues la palabra
diligencia viene del verbo diligere, amar. Sea
uno, por ejemplo, zapatero, encuadenador, maestro,
asistente, estudiante; cumpla su deber con
alegría, con amor, y de este modo estará preparado
para morir. El Señor premia al obediente. Pero
éstas son cosas materiales y, como lo indica la
misma palabra materiales, conciernen sólo a la
materia, al cuerpo, que muy pronto tendrá que
llegar a su fin. En lo que se ha de emplear más
diligencia es en las prácticas de piedad. Vayamos
a confesarnos con frecuencia, acerquémonos a
menudo también a la sagrada comunión, que es la
que debe ayudarnos durante toda la vida; hagamos
todas las obras buenas que podamos, cumpliendo
bien nuestros deberes y visitando al Santísimo
Sacramento en la iglesia. Sobre todo seamos
devotos de María Santísima, roguémosla a menudo y
de corazón y Ella nos protegerá. Cúmplanse estas
prácticas con amor y alegría. Hilarem datorem
diligit Deus. El Señor quiere que lo que se hace
por El, se haga con alegría. Haciéndolo así,
formaremos entre todos un solo corazón para amar
al Señor.
Me preguntaréis:
->>Haciéndolo así, no nos tocará la muerte?
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Moriremos igualmente; pero nuestra muerte será la
del justo, que teme la muerte por ser la entrada a
un paso fatal, del que depende toda la eternidad,
momentum a quo pendet aeternitas; teme porque va a
lugares desconocidos, porque debe presentarse a un
Dios tan grande; teme por la justicia de Dios, que
encuentra manchas en los ángeles; pero espera en
su misericordia, espera que, si ha cometido alguna
culpa, le será perdonada.
Así, huyendo del pecado, cumpliendo con
diligencia, es decir, con amor cada uno de
nuestros deberes, temporales y espirituales,
cuando llegue el momento en que
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