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podría añadir, como augurio, el buen fin también
del año nuevo; pero no hay ninguno de corazón tan
pródigo como para prometerlo. >>Quién puede
asegurar que no morirá en ese año? Este año
estamos aquí todos; pero el próximo año muchos ya
no estarán. La última noche del año pasado, según
la costumbre de todos los años, os daba algunos
avisos y os predije que algunos, que entonces me
escuchaban, pasarían a la eternidad este mismo
año. No soy profeta y no era profecía; sin embargo
murieron los reverendos Piacentino, Chiala y otros
más (Massa y Vigliocco, repitieron en voz baja los
muchachos), también algunos estudiantes que en
este momento no recuerdo. Y nosotros rezaremos por
ellos, como también por los que murieron antes.
>>Y este año no morirá alguno? Es una profecía
que todos pueden hacer. Esta noche estamos todos
juntos y es posible que alguno de nosotros mañana
no se encuentre ya aquí. Indudablemente este año
morirá alguno. Yo no soy profeta, lo he dicho
antes; pero, siguiendo el cálculo de los hombres,
no se puede por menos de creerlo. Aquí somos unos
ochocientos y, calculando el tres por ciento,
tendrían que ((**It12.609**))morir:
ocho por tres, veinticuatro. Pero quizá la muerte
respete vuestra edad juvenil, porque no tenéis
ganas de morir. >>Pero quiere decir esto que no
morirá ninguno? No. La muerte es como la guadaña.
Fenum est vita hominis. >>Sabéis cómo hace el
guadañero? Cuando ve que en general el heno ha
llegado a madurez, echa la guadaña. Hay hierba
casi seca y la hay verde que ha llegado a la
altura que le corresponde; la hay más baja, y la
hay que apenas ha brotado. >>Tendrá la guadaña
consideración a ésta última? No; ella da sus
golpes y tira adelante. Corta todo sin
consideración alguna. Así hace la muerte. Se
tratará de un anciano con el cabello y la barba
blanca y lo corta y lo lanza a la eternidad; otro
tendrá la barba y el cabello negro y también lo
corta; habrá otro que aún no tiene barba y un niño
que aún no sabe hablar; y a todos, a todos, los
corta para la eternidad. La muerte no mira la cara
de nadie: este año podría tocarme a mí como a
cualquiera de vosotros. Esperamos que no seamos
veinticuatro; pero quince, diez u ocho ciertamente
tendrán que partir. Estemos preparados para ello.
El año que pasa es un año más hacia la eternidad,
para siempre feliz o para siempre desgraciada. He
aquí, pues, el augurio o, mejor diré, el consejo
que os doy: portarnos siempre de tal manera que a
cualquier hora que venga la muerte nos encuentre
siempre preparados.
Divido este consejo en dos partes: la primera
concierne a la manera de huir de la muerte.
>>Sabéis lo que impele al caballo a galopar? Es la
espuela del jinete. El caballo siente el aguijón
en los ijares y se lanza a todo correr. Así pasa
con la muerte. >>Sabéis lo que con más velocidad
azuza a la muerte? Es el pecado, que es, para la
muerte, lo mismo que la espuela para el caballo.
Stimuulus mortis peccatum est, dice san Pablo.
Así, pues, para que la muerte no venga a
visitarnos tan pronto, esforcémonos por evitar el
pecado cuanto más podamos, y, si tuviésemos la
desgracia de cometerlo, vayamos enseguida a
confesarnos.
El que está en gracia de Dios, el que no tiene
culpa alguna, quien tiene la conciencia tranquila,
se acuesta al llegar la noche, reza y se duerme
sin preocuparse por su suerte futura. Si el Señor
se lo lleva consigo, ífeliz viaje! Marcha a la
eternidad sin temor. Pero figuraos a uno, que
tenga el pecado en la conciencia, que sienta cómo
le desgarran los remordimientos. Va a la cama
inquieto y piensa: -Hoy estás aquí, mañana tal vez
ya no estés. Se duerme, pero su sueño es agitado.
Avanza la noche; se despierta de improviso y la
fantasía turbada le hace decir: -Si, mientras
todos duermen, vieras allá en el fondo del
dormitorio un espectro feo, horrible, un esqueleto
con los huesos descarnados, la cabeza roída por
los gusanos, las cuencas de los ojos vacías... El,
torturado por los remordimientos, tiembla de
espanto. Y, si mientras está en la cama,
(**Es12.513**))
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