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((**Es12.513**) podría añadir, como augurio, el buen fin también del año nuevo; pero no hay ninguno de corazón tan pródigo como para prometerlo. >>Quién puede asegurar que no morirá en ese año? Este año estamos aquí todos; pero el próximo año muchos ya no estarán. La última noche del año pasado, según la costumbre de todos los años, os daba algunos avisos y os predije que algunos, que entonces me escuchaban, pasarían a la eternidad este mismo año. No soy profeta y no era profecía; sin embargo murieron los reverendos Piacentino, Chiala y otros más (Massa y Vigliocco, repitieron en voz baja los muchachos), también algunos estudiantes que en este momento no recuerdo. Y nosotros rezaremos por ellos, como también por los que murieron antes. >>Y este año no morirá alguno? Es una profecía que todos pueden hacer. Esta noche estamos todos juntos y es posible que alguno de nosotros mañana no se encuentre ya aquí. Indudablemente este año morirá alguno. Yo no soy profeta, lo he dicho antes; pero, siguiendo el cálculo de los hombres, no se puede por menos de creerlo. Aquí somos unos ochocientos y, calculando el tres por ciento, tendrían que ((**It12.609**))morir: ocho por tres, veinticuatro. Pero quizá la muerte respete vuestra edad juvenil, porque no tenéis ganas de morir. >>Pero quiere decir esto que no morirá ninguno? No. La muerte es como la guadaña. Fenum est vita hominis. >>Sabéis cómo hace el guadañero? Cuando ve que en general el heno ha llegado a madurez, echa la guadaña. Hay hierba casi seca y la hay verde que ha llegado a la altura que le corresponde; la hay más baja, y la hay que apenas ha brotado. >>Tendrá la guadaña consideración a ésta última? No; ella da sus golpes y tira adelante. Corta todo sin consideración alguna. Así hace la muerte. Se tratará de un anciano con el cabello y la barba blanca y lo corta y lo lanza a la eternidad; otro tendrá la barba y el cabello negro y también lo corta; habrá otro que aún no tiene barba y un niño que aún no sabe hablar; y a todos, a todos, los corta para la eternidad. La muerte no mira la cara de nadie: este año podría tocarme a mí como a cualquiera de vosotros. Esperamos que no seamos veinticuatro; pero quince, diez u ocho ciertamente tendrán que partir. Estemos preparados para ello. El año que pasa es un año más hacia la eternidad, para siempre feliz o para siempre desgraciada. He aquí, pues, el augurio o, mejor diré, el consejo que os doy: portarnos siempre de tal manera que a cualquier hora que venga la muerte nos encuentre siempre preparados. Divido este consejo en dos partes: la primera concierne a la manera de huir de la muerte. >>Sabéis lo que impele al caballo a galopar? Es la espuela del jinete. El caballo siente el aguijón en los ijares y se lanza a todo correr. Así pasa con la muerte. >>Sabéis lo que con más velocidad azuza a la muerte? Es el pecado, que es, para la muerte, lo mismo que la espuela para el caballo. Stimuulus mortis peccatum est, dice san Pablo. Así, pues, para que la muerte no venga a visitarnos tan pronto, esforcémonos por evitar el pecado cuanto más podamos, y, si tuviésemos la desgracia de cometerlo, vayamos enseguida a confesarnos. El que está en gracia de Dios, el que no tiene culpa alguna, quien tiene la conciencia tranquila, se acuesta al llegar la noche, reza y se duerme sin preocuparse por su suerte futura. Si el Señor se lo lleva consigo, ífeliz viaje! Marcha a la eternidad sin temor. Pero figuraos a uno, que tenga el pecado en la conciencia, que sienta cómo le desgarran los remordimientos. Va a la cama inquieto y piensa: -Hoy estás aquí, mañana tal vez ya no estés. Se duerme, pero su sueño es agitado. Avanza la noche; se despierta de improviso y la fantasía turbada le hace decir: -Si, mientras todos duermen, vieras allá en el fondo del dormitorio un espectro feo, horrible, un esqueleto con los huesos descarnados, la cabeza roída por los gusanos, las cuencas de los ojos vacías... El, torturado por los remordimientos, tiembla de espanto. Y, si mientras está en la cama, (**Es12.513**))
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