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tentaciones; pues bien, acudid al remedio indicado
por Moisés; meted en las aguas amargas el madero
que tiene la propiedad de endulzarlas, quiero
decir, el madero de la Cruz, o sea, el recuerdo de
la pasión de Jesús y de su divino sacrificio, que
se renueva cada día en nuestros altares.
Concluida la vuelta imaginaria por toda la
casa, volvió al pensamiento del trabajo, que
desarrolló más a fondo. Bien asentado que nuestra
vida es activa y laboriosa, siguió diciendo:
A este propósito san Ambrosio, que saca de la
historia sagrada y profana los hechos que admiten
aplicación a la vida religiosa, establece una
bella semejanza, tomándola de las abejas, y creo
que este Santo habría estudiado a fondo a
Virgilio, o por lo menos lo habría leído varias
veces. Empieza diciendo:
La abeja sabe elegir su tiempo. Sabe cuándo
tiene que salir y cuándo retirarse. Si llueve o
truena, si estalla la tormenta, en conclusión, si
hace mal tiempo, las abejas no salen de sus
colmenas, sino que se quedan dentro bien
abrigadas; y si, por casualidad, la lluvia o la
ventisca las sorprende en el campo, huyen a la
colmena y, si no tienen tiempo para llegar a ella
por la distancia o la inminencia del peligro, se
ponen al abrigo lo más pronto que pueden en lugar
seguro, bajo una peña, en el hueco de un tronco o
bajo las ramas de un árbol tupido.
Lo que hacen las abejas por instinto, hacedlo
vosotros por obediencia, y sea esta la norma a
seguir en las otras cosas. íCon esta obediencia
qué inmenso bien podremos hacer para nosotros y
para los demás!
Un religioso que quiere salir, si oye los
ruidos del mundo, entonces no debe salir, Si tú
has dejado el siglo, al volver a él te encuentras
en peligro. Así, si nos encontrásemos por el mundo
y nuestra alma corriese algún peligro, si podemos,
retirémonos en seguida a la colmena, a nuestra
casa; o al menos mudemos de habitación, de
conversación o manera de proceder para dejar, tan
pronto como tengamos tiempo, cualquier cosa, para
volar con la mayor presteza a lugar seguro.
San Ambrosio prosigue: vosotros, que queréis
haceros religiosos, observad a las abejas cuando
han tomado posesión de las colmenas, que el
colmenero les ha preparado. Son unas tablas
desnudas, pero ellas hacen allí una habitación
organizada. Saben que hay una planta con una
corteza muy delgada, que echa un jugo, y allí
vuelan ellas y extraen una sustancia muy amarga y
viscosa. Después vuelven, y con esta sustancia
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embadurnan toda la superficie de la colmena, sin
dejar ningún agujero. Verdad es que a la entrada
hay muchos agujeros; pero los reducen después a
uno solo y todas tienen que pasar por él al entrar
y al salir. Así lo hacen, ya sea para que los que
están fuera no puedan observar lo que se hace allá
dentro, ya sea para que los animalitos roedores
que intenten entrar en aquella habitación sean
rechazados por el amargor de aquella sustancia,
así como también los insectos que querrían comerse
la miel; y si el carpintero hubiese colocado algún
cristal para poder ver el interior, ellas lo untan
con aquel jugo, que ya no deja ver.
Vosotros los religiosos, tapad las ventanas, de
suerte que ya no podáis ver el mundo. Imitad a la
abeja, que saca del árbol aquel jugo amargo. El
árbol para nosotros es la cruz, de la que podemos
sacar fortaleza con la oración y la meditación.
Diríjanse a Jesús todos nuestros deseos. Esta vida
retirada, verdad es, no es una diversión, tiene
sus amarguras, cuesta sacrificios. Pero este jugo
de la cruz es como el de la abeja, que
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