((**Es12.493**)el
pueblo no hay oportunidad... Hace ya muchos años
que llevo la misma vida y no puedo resolverme...
y... además... además... >>quién sabe?... Tal vez,
cuando me ponga enfermo, podré arreglar los
asuntos de mi alma.
-Pero, le añadí yo, hay muchos que mueren por
el camino y, aun comiendo, aun bromeando, les da
un ataque repentino y se van al otro mundo. >>Si
le ocurriese también a usted un caso semejante?
-íEh, entonces paciencia!
-íPaciencia, paciencia! >>Cómo podrá tener
paciencia por toda la eternidad en el infierno,
cuando ahora no tiene paciencia para hacer un
pequeño esfuerzo y arreglar las cosas de su alma?
Calló él y yo dejé de hablar. Un instante
después (eran dos mis interlocutores), dijo él a
su compañero:
-Salga un momento a la antesala porque necesito
hablar con don Bosco a solas.
Y ya estando a solas conmigo, dijo:
->>Sabe usted que estaba ya a punto de romper a
llorar? Me ha traído el recuerdo de mi niñez,
cuando iba a confesarme y hacía mis devociones. Si
me enseña cómo arreglar las cosas de mi
conciencia, le prometo que lo haré. Quiero volver
a Dios.
-Si no es más que eso lo que desea, la manera
está en sus manos; haga una buena confesión y una
santa comunión.
-Lo he intentado muchas veces, pero soy algo
remolón; de Navidades a Pascua, de Pascua a
Pentecostés y añada año tras año, he llegado así
hasta ahora.
-Mire, puede venir aquí mismo, si le agrada; si
no puede venir aquí al Oratorio, quédese en Turín
unos días y vaya a la Consolación, donde hay
buenos confesores, a la iglesia de San Felipe o al
Monte ((**It12.585**)) de los
Capuchinos; le ayudarán y usted podrá arreglar sus
cuentas con Dios y tendrá oportunidad para hacer
bien todo lo demás.
-Sí, deseo arreglar las cosas de mi conciencia;
y lo quiero hacer; quiero que la octava de la
Inmaculada sea un día memorable en mi familia. Le
escribiré desde mi casa, y usted dirá a mi hijo
que está en el colegio, que su padre ha vuelto a
ser cristiano como él. Pero no se lo diga ahora
mismo, porque todavía no lo soy.
Y con la gracia de Dios este hombre mantuvo la
palabra y pudo cumplirla.
Os he contado este hecho para que veáis lo
difícil que es desarraigar un vicio, contraído en
la juventud, y cómo los padres desean que sus
hijos sean educados en el bien aunque ellos sean
malos a veces, y tendrían un gran disgusto si su
hijo fuese expulsado del colegio. Pero el disgusto
mayor no es el que reciben los padres, ni tampoco
el que pasan los Superiores, sino el que se da a
Dios. A veces se podrá ocultar la falta a los
Superiores.
-Don Bosco está allá con los otros Superiores,
puede que digan, y nosotros vamos a ese rincón,
donde nadie nos ve ni nos castigará.
->>Tampoco Dios? íOh, no!
Nosotros aquí en casa toleramos cualquier
antojo, cualquier chiquillada, cualquier disgusto;
pero nunca la ofensa de Dios. Uno dará un empujón
a un compañero, dirá una palabra de rebeldía,
podrá descuidar sus deberes; si se ve que está
arrepentido, ya no se tiene en cuenta la falta.
Pero cuando está de por medio la ofensa de Dios,
la seducción, entonces se trata de una llaga y
para curarla, se necesita cortar sin compasión
hasta quitar todo lo contaminado. Guardaos, pues,
de causar este disgusto a vuestros Superiores y
especialmente a Dios.
Queridos hijos míos, rezad y pensad todos en
haceros santos durante esta hermosa novena de
Navidad. Como flor para mañana diréis de corazón
al Niño Jesús: <(**Es12.493**))
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