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El joven aterrorizado contestó:
-No me puedo disculpar, todo lo que me ha dicho
es verdad.
Quedó silencioso un instante y siguió:
-No tengo nada que decir, sino que soy
gravísimamente culpable. Si me quiere perdonar y
tenerme todavía en casa, tenga la seguridad de que
verá en mí un cambio absoluto; si me quiere echar,
no puedo quejarme.
Y como don Bosco le dejaba hablar ((**It12.581**)) y
callaba, también se calló el joven, quedándose en
silencio durante unos instantes; después, de
repente rompió a llorar, se arrodilló a los pies
de don Bosco y añadió:
-íSí, perdóneme! Yo necesitaba este golpe;
desgraciadamente no estaba en regla con Dios. Aun
cuando quiera despedirme de casa, permita que
antes arregle las cosas de mi conciencia y no me
eche de esa manera... íNo, por favor; haga la
prueba de detenerme todavía y ya verá cómo
repararé el daño que he causado en el Oratorio con
mi escándalo!
Don Bosco le contestó:
-Cuando empezaste a hablar, al ver que sólo
reconocías el mal y prometías enmendarte,
declarando que estabas dispuesto a quedarte aquí o
a marcharte, temí que fuese esto un engaño del
demonio y que no perseverarías. Pero ahora que veo
tu buena voluntad de arreglar las cosas de tu alma
y de reparar el escándalo con el buen ejemplo,
esto me mueve a escuchar sin dificultad tu ruego.
Por ahora puedes quedarte con nosotros.
Tocóle después el turno al estudiante, al que
dijo don Bosco:
-Tú, a partir de tal fecha, has hecho mucho
daño en la casa. La única salida que te queda para
que te perdone, es que me cuentes de pe a pa todo
lo que has hecho, sin ocultarme nada.
Aquel desgraciado manifestó sus desórdenes,
pero sólo a medias, y sin declarar las cosas más
graves. Don Bosco le hizo algunas observaciones;
pero como él trataba de disculparse con la
mentira, don Bosco cortó la conversación, lo
despidió y envió un papelito a don José Lazzero
diciéndole que a la mañana siguiente lo despidiese
del Oratorio.
Secretamente fueron llamados muchos otros por
don Bosco a su cuarto.
Aquellas revelaciones hacían mucho bien. A
veces, la inesperada lección transformaba
súbitamente al individuo. Además, el conocimiento
de que el ojo del Superior penetraba hasta los más
recónditos secretos, tenía en jaque a toda la
comunidad.
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