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La impresión fue extraordinaria. Los
pobrecitos, que recibían semejante amonestación,
corrían llorando al Maestro, don Julio Barberis,
para pedirle más amplia explicación.
En el curso 1875-76 había dejado algo que
desear la clase de filosofía 1. Cuando se trató de
elegir un nuevo profesor, el Beato pensó en el
joven teólogo Agustín Richelmy, futuro Cardenal
Arzobispo de Turín, a quien apreciaba desde niño.
Al no ver satisfecho su deseo, le pidió su
colaboración para la instrucción dominical de los
muchachos del Oratorio de ((**It12.580**)) San
Luis, que había quedado sin la actuación de don
Luis Guanella. En la carta que le escribió, alude
a las dimensiones de la iglesia, con la intención
de eliminar la eventual dificultad procedente de
los órganos vocales del predicador, que siempre
fueron débiles.
Queridísimo Richelmy:
Puesto que no puedo tenerte conmigo para la
escuela de filosofía, mira a ver si puedes
ayudarme para la predicación en el Oratorio de San
Luis. La iglesia no es muy espaciosa. Una breve
instrucción, incluso un solo ejemplo, acompañado
de alguna reflexión moral, puede bastar.
Don Celestino Durando dará aclaraciones; pide a
Dios por este pobre, que será siempre para ti en
Jesucristo
Afmo. amigo
JUAN BOSCO, Pbro.
En la mente de don Bosco estaba clavado el
sueño de Lanzo; había dicho que quería contarlo,
pero no enseguida, porque le causaba demasiada
pena. Pero se vieron los efectos. Don Bosco había
llegado a enterarse de los desórdenes del Oratorio
y de los autores de los mismos. Mandó que pasaran
por su cuarto los dos cabecillas, aprendiz el uno
y estudiante el otro, a quienes calificó de
verdaderos demonios.
Pasó primero el aprendiz. Don Bosco le dijo:
-Escucha, quiero que me dejes hablar sin
interrumpirme. Después me dirás sí o no. Hace seis
meses que no te confiesas. Desde tu última
confesión ha sucedido esto y esto otro, en tal
tiempo, en tal lugar, con fulano de tal.
Y por este estilo siguió hablando diez minutos
sin parar un instante. Después concluyó:
-Ahora discúlpate. >>Es verdad o no?
1 Véase el undécimo volumen, pág. 250.
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