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menos fruto; en cambio, si se sigue la
murmuración, el hablar mal o cosas semejantes, no
se pierde algo, sino todo por completo. >>Y a
quién le corresponde palmotear, insistir, gritar,
vigilar, para que estas murmuraciones, para que
estas malas conversaciones no se produzcan? íUsted
lo sabe!
-Pero, >>qué es lo que hacían aquellos
clérigos?, le pregunté. >>Acaso no podían ellos
impedir tan gran mal?
-Nada impidieron, prosiguió el anciano. Unos
estaban observando como estatuas mudas; otros no
se fijaban, no pensaban, no veían o estaban con
los brazos cruzados; otros no tenían valor para
impedir tal mal; algunos, aunque pocos, se unían a
los murmuradores, tomando parte en sus
maledicencias y haciendo el oficio de destructores
de la palabra de Dios. Tú que eres sacerdote,
insiste sobre esto: predica, exhorta, habla, no
tengas nunca miedo de decir demasiado; todos saben
que el poner en ridículo a quien predica, a quien
exhorta, a quien da buenos consejos es una de las
cosas que pueden ocasionar mayor mal. Y el
permanecer mudo cuando se ve algún desorden y el
no impedirlo, especialmente si se puede y se debe,
es hacerse cómplice del mal de los demas.
Yo, impresionado al oír estas palabras, quería
seguir mirando, observando esto y aquello,
amonestar a los clérigos y animarlos a cumplir con
sus deberes. Pero vi que se aprestaban ya a poner
en fuga a las gallinas. Al avanzar unos pasos,
tropecé con un rastrillo de los de extender la
tierra, que haba sido dejado allí, y me desperté.
((**It12.45**)) Ahora
dejémoslo todo a un lado y saquemos alguna
moraleja. Veamos qué le parece este sueño a Don
Julio Barberis.
-Que es un garrotazo con todas las de la ley y
que al que le da de lleno no lo deja bien parado.
-Cierto, replicó Don Bosco; es una lección de
la que hemos de sacar provecho. No lo olvidéis,
queridos jóvenes; evitad entre vosotros toda
suerte de murmuración, considerándola como el
mayor de los males; huíd de ella como se huye de
la peste y procurad no sólo evitarla, sino haced
que los demás también la eviten. Algunas veces,
unos consejos santos, unas obras
extraordinariamente buenas, no hacen tanto bien
como el que consigue impedir una murmuración o una
palabra que pueda dañar a los demás. Armémonos de
valor y combatámosla valientemente. No hay peor
desgracia que hacer perder su eficacia a la
palabra de Dios. Y a veces basta una palabra,
basta una broma.
Os he contado un sueño que tuve hace varias
noches, pero la noche pasada soñé algo que deseo
también narraros. No es aún muy tarde, son apenas
las nueve y, por tanto, tengo tiempo de
exponéroslo. Por lo demás, procuraré no ser muy
largo.Me pareció, pues, encontrarme en un lugar
que ahora no sabría decir qué lugar fuese;
ciertamente no era Castelnuevo y tampoco el
Oratorio. Y llegó uno a toda prisa a llamarme:
-íDon Bosco, venga! íDon Bosco, venga!
->>Por qué tanta prisa?, pregunté.
->>No sabe lo que ha sucedido?
-No sé lo que quieres decirme; explícate mejor,
repliqué con cierta inquietud.
->>No sabe que fulano, tan bueno, tan lleno de
brío está gravemente enfermo; mejor dicho,
moribundo?
-No creo que quieras burlarte de mí, le dije,
porque precisamente esta mañana he estado hablando
y paseando con ese muchacho que me dices está
moribundo.
-íAh! Don Bosco, no quiero engañarle y me creo
en la obligación de decirle toda la verdad. El
joven en cuestión necesita urgentemente de su
presencia y desea verle(**Es12.48**))
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