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me hago peor y he terminado por dejar la
confesión. Por eso, de hoy en adelante quiero
seguir su consejo y acercarme a menudo a la santa
comunión.
Y se confesó con san Vicente, hizo bien sus
cosas, empezó una buena vida y poco a poco tornó a
frecuentar cada vez más los sacramentos y volvió a
ser la piadosa persona que era antes.
Yo os recomiendo lo mismo. Todos necesitan la
comunión; los buenos para mantenerse buenos y los
malos para hacerse buenos; y así adquiriréis la
verdadera sabiduría, que viene del Señor. Así,
pues, os repito: huid del ocio, huid del pecado,
confesión frecuente, comunión frecuente. Y buenas
noches.
Al principio de cada curso escolar los
educadores avisados se ven obligados a comprobar
con gran dolor que las vacaciones hacen siempre
sus víctimas. Hay jóvenes, a quienes los malos
compañeros u otras peligrosas ocasiones
transforman desgraciadamente en otros distintos de
los de antes. Por eso, si se quiere prevenir el
escándalo e infundir un saludable temor en los no
bien intencionados, ((**It12.568**)) es
preciso hacer violencia al propio corazón y dar
algún solemne escarmiento. Esta profilaxis entraba
de lleno en el método de don Bosco; en efecto, en
el mes de noviembre, fueron despedidos del
Oratorio tres de los mayores del quinto curso de
bachillerato, donde se manifestaban síntomas poco
alentadores.
íCon cuántas súplicas intentaron los incautos
hacer revocar la sentencia! Uno, de Palazzolo
sull'Olio, después de haber hablado con don Bosco,
fue a echarse a los pies del buen vicedirector don
José Lazzero, en cuyas manos había quedado la
decisión. Rogó, suplicó que lo dejara seguir como
estudiante, como aprendiz, como fámulo o criado en
la casa, protestando que estaba dispuesto a todo
lo que quisiesen los Superiores, con tal de seguir
en el Oratorio. íCuántas lágrimas derramó, cuántas
razones adujo para conmover al Superior! Acudió
después al despacho del Prefecto de los externos,
el padre Bologna, y renovó ante él la escena. En
vista de que parecía sinceramente arrepentido, se
acabó por enviarlo a Lanzo.
El segundo, natural de Trinit…, salió; pero
volvió a los pocos días con los padres, y allí
fueron los llantos y los ayes. El padre, persona
culta y sensata, estaba como fuera de sí al ver
expulsado a su hijo en aquella edad y corrió
peligro de caer enfermo porque se negaba a comer.
Prevaleció la compasión, y el muchacho fue enviado
a Borgo San Martino, previo aviso a aquel Director
de los antecedentes.
El tercero, natural de Busca, estuvo algún
tiempo en su casa, escribió inútilmente algunas
cartas y reapareció medio desesperado en compañía
de los suyos. Se le concedió ir a Alassio, pero
con la condición de que no hubiese reducción en la
pensión.
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