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Pero, tened entendido que la verdadera
sabiduría viene sólo del Señor; y huir del ocio y
emplear bien el tiempo no os serviría de nada, si
tuvieseis el pecado encima. Initium sapientiae
timor Domini. Por eso, ante todo, debemos arreglar
bien nuestra conciencia. Sapientia non intrabit in
animam malevolam et non habitabit in corpore
subdito peccatis. Esta máxima estaba escrita en un
cartel colgado en el salón de estudio; no sé si
todavía está, pero si no estuviere, mande don
Celestino Durando colgar otro.
Y repetiré siempre el mismo aviso que
acostumbro dar al principio del curso:confesión
frecuente y comunión frecuente.
En cuanto a la confesión frecuente, no voy yo a
fijaros el día exacto; los Santos Padres dicen que
cada semana, unos que cada quince días y otros que
cada mes. San Ambrosio y san Agustín están de
acuerdo en decir que cada ocho días. Yo, por mi
parte, no os doy ningún consejo especial; sólo os
diré que vayáis al confesor siempre que os
remuerda la conciencia por algún pecado. Unos
pueden estar ocho, diez días sin cometer ninguna
culpa, otros quince y otros veinte. Pero puede que
alguno pueda estar sólo tres o cuatro días y
después cae en pecado; éste acérquese aún más a
menudo a la santa confesión a no ser que que se
trate de naderías. El catecismo habla de
confesarse una vez al mes o cada quince días. San
Felipe Neri decía y recomendaba confesarse cada
semana. Así lo hacía san Luis. Pues bien, el que
quiera pensar un poco en su alma, vaya una vez al
mes; quien quiera salvarla, pero no se sienta tan
ardiente, vaya cada quince días; quien quisiese
llegar a la perfección, vaya cada semana. Más, no;
salvo que tuviese algo que pese en la conciencia.
En cuanto a la comunión frecuente, no quiero
prescribiros el tiempo; quiero contaros una
sencilla anécdota. Pero antes miremos el reloj, no
sea que nos pasemos de la hora... Son las nueve y
ocho minutos. Lo que quiero contaros es un hecho,
que se cuenta en cinco minutos. Había un hombre
que solía confesarse con san Vicente Paúl, pero no
le gustaba este confesor, porque le ordenaba la
comunión frecuente y le insistía para que fuera a
comulgar varias veces a la semana. Cansado
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aquella exigencia, pensó cambiar de confesor e ir
a otro. Lo encontró y le dijo:
-Sepa que yo solía confesarme con el padre
Vicente, pero me ordenó que comulgara casi todos
los días. A mí eso no me va y vengo a usted, para
que me aconseje.
Aquel confesor, sin poner mientes tal vez en el
mal que hacía, le contestó:
-Tienes razón, hijo mío. >>A qué tanta
frecuencia? Empieza por poco. Basta comulgar una
vez a la semana.
Pasado algún tiempo, aconsejó a su penitente
que recibiera la comunión una sola vez cada quince
días, porque así podría prepararse mejor. Por fin,
yendo cada vez más adelante en su falso sistema de
dirección, no sé por qué motivo, tal vez porque le
veía caer siempre en los mismos defectos, o tal
vez porque creía que no adelantaba bastante en la
virtud, acabó por decirle que comulgara una sola
vez al mes.
El pobre hombre seguía sus consejos. >>Y qué
sucedió? Que al poco tiempo dejó completamente la
comunión y sólo se confesaba. Después comenzó a
frecuentar los teatros, luego los festines, los
bailes y otros entretenimientos atractivos.
Terminó por dar un adiós a la confesión y
entregarse a una vida licenciosa.
Pero, después de pasar algún tiempo en esa
vida, no sintiéndose satisfecho como antes, y
agitado además por los remordimientos de sus
culpas, volvió a san Vicente y le dijo:
-íEsto va mal, padre Vicente, esto va muy mal!
->>Y por qué, le preguntó san Vicente, por qué
habéis venido a verme?
-Porque me cansé de tanta comunión y quise
cambiar de confesor para no comulgar tan a menudo.
Pero veo que, dejando la comunión, dejo también la
piedad,
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