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((**Es12.452**) fin, un barullo tal entre estos misioneros que resulta indescriptible; se afanaban y ya no sabían lo que hacían. Pero todo se pudo arreglar. Durante el viaje todos estaban contentos y hablaban a ratos entre ellos, o conversaban con don Bosco. Fueron todos alegres al barco, adonde yo los acompañé. Desde lejos parecía un montón de madera; pero cuando se está dentro, aquello parece un pueblo, donde no falta nada y con todas las comodidades. Me dijo el capitán que había mil doscientas personas. Los viajeros de tercera clase, por no hablar de los de cuarta, que son corderos, terneros, bueyes, gallinas, etc., tienen todo lo suficiente para comer y no pueden quejarse. Mirad lo que les dan: café o té por la mañana; sopa, un plato y fruta en las otras comidas y cada uno se sirve a discreción; para dormir hay un gran dormitorio, cada uno tiene una manta para cubrirse y nada más. El que quiere dormir se envuelve en la manta como puede, se pone de un lado, y cuando siente que los huesos se quejan un poco, se vuelve del otro lado, y así hasta la mañana. Pero los de segunda y primera clase están mejor; tienen sus camas en camarotes de metro y medio de largo, pero van cuatro o cinco, un sobre otro, como en un armario, y por tanto el que está arriba cuando va a dormir tiene que tener cuidado, y ser discreto cuando está arriba (risas generales). Digo que debe tener cuidado, porque si no presta atención, puede meter el pie sobre la cabeza o la cara del que está debajo. Pero es de advertir que allí se guarda más modestia que en cualquier otro lugar; cada uno tiene sus mantas, colchas, cortinas, etc. Por la mañana hay toda comodidad para lavarse, limpiarse. Procuré que a nuestros seis sacerdotes les diesen un camarote separado donde nadie les molesta. En la mesa los de segunda clase (y entre ellos, seis de los nuestros, por no encontrarse sitio en primera clase) tienen algo más que los de tercera; café o té por la mañana en el que, si quieren, pueden mojar un bollo de pan, y además dos o tres clases de fruta. Para el déjeuner, sopa, vino, carne, tres platos, tres o cuatro clases de fruta; y para la cena de la noche tienen otro tanto. Durante el día tienen a su disposición fruta, bebidas, copitas de toda clase y todo lo que les haga falta. Los de la primera clase tienen hasta demasiada comida, y, si se pusieran en una canasta todas las sobras de la comida y las enviasen aquí al Oratorio, creo que habría lo suficiente para tener alegres y satisfechos a muchos. El comedor es muy espacioso, todo tapizado, y para cada plato cambian también de cubierto. Recuerdo que Adamo 1, ((**It12.534**)) al ver tanto lujo, decía: -Y >>estas alfombras no se ensucian con estos zapatones? Después, al verse servido en todo, exclamaba: -Pero yo quiero trabajar; si no hago algo, me pongo enfermo. Y en la comida se quejaba: ->>Por qué me cambian el tenedor, que ya he usado? Se ve que tienen tiempo que perder y agua en abundancia. -Tiene usted razón, contestaba el camarero, este tenedor ya está usado. Además de la abundancia para todo lo material, tienen nuestros misioneros comodidad para celebrar la santa misa y los otros para oírla y comulgar. Veis, pues, que no les falta nada. Hasta aquí todos estaban alegres; pero cuando llegó el momento de decirnos: íFeliz viaje! íAdiós! íQue os vaya bien! Entonces todos palidecieron y rompieron a llorar. -íDon Bosco, bendíganos! exclamaron todos poniéndose de rodillas. 1 Es el de los calabacines (véase pág. 432). Era un ex capuchino lego. Al llegar a América dejó a los salesianos y volvió a entrar en su Orden. Nunca fue novicio ni profeso; don Bosco, esperando valerse de él también en América, lo envió con los misioneros como agregado. (**Es12.452**))
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