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última ciudad algo civilizada en la República
Argentina, y por otra, en Patagones o Carmen, que
están ya propiamente en tierra de indios, pero
donde los blancos están todavía sobre seguro, se
nos ofreció esta última parroquia. Y mientras
tanto dos caciques, de los más poderosos jefes de
salvajes, mandaron llamar a misioneros salesianos,
asegurando que no recibirían de ellos daño alguno;
antes al contrario, todos escucharían de buena
gana la religión, que les anunciasen. Y desde el
último rincón de Patagonia, desde Santa Cruz y
Punta Arenas, que está en mitad del estrecho de
Magallanes, se piden misioneros salesianos.
Mientras se trataban todas estas cosas, se vio
la necesidad de abrir nuevas casas en Buenos
Aires. En una zona abandonada de esta ciudad,
llamada la Boca del diablo, con muchos miles de
habitantes italianos, era necesaria una iglesia,
hacía falta erigir una parroquia en un suburbio, y
más que nada se echó de ver la necesidad de abrir
también una casa de artes y oficios para los
muchachos pobres abandonados y atender también
otras iglesias.
Ante tan grandes y variadas necesidades, y
viendo que los primeros diez misioneros no eran
suficientes para tanto trabajo, se pensó en enviar
más. En un principio don Juan Cagliero pedía seis,
después diez, luego veinte y, por último, no menos
de veinticuatro. Estoy seguro de que, si
hubiéramos retrasado todavía un poco esta
expedición, habríamos recibido otras cartas, en
las que se nos habría demostrado la extrema
necesidad de que partan para aquellas tierras
muchos más. Es un grito continuo que se levanta
hacia Europa y nos dice:
-Venid a ayudarnos; íenviadnos operarios!
Vosotros, pues, nuevos misioneros, vais a
aquellas regiones, repartidos en varios grupos.
Unos vais a Buenos Aires, a la casa de aprendices,
que se va a abrir, y así, de ahora en adelante,
los muchachos abandonados y en peligro tendrán un
refugio y un asilo seguro contra las miserias de
la vida corporal y contra el aire apestado del
siglo, y podrán, sin detrimento del alma, aprender
un arte u oficio, que les proporcionará el pan
honradamente para toda la vida. Por esto van
también los maestros de taller, además de los
sacerdotes. Aquí tendrán que abrirse también
oratorios y campos de deportes para los muchachos
en los días festivos y administrar una pobladísima
parroquia de italianos.
((**It12.516**)) Otros
van a Montevideo para organizar allí un colegio
verdaderamente católico, donde pueda aprenderse la
ciencia, conservando la inocencia de la vida y la
pureza de costumbres. Confiamos plenamente que
este colegio, bendecido especialmente por el Padre
Santo, producirá muchos frutos buenos, y quién
sabe si algunos nuevos brotes no podrán
trasplantarse pronto y colocarse en el Santuario,
y así aquella vasta República no tenga que
lamentarse de no tener ni un seminarista.
Una parte va a reforzar las filas de los que ya
trabajan en San Nicolás, porque aquel colegio y
aquellos oratorios han crecido tanto que los que
al presente trabajan allí, son insuficientes en
absoluto. Además, hay allí tierras que cultivar,
ganado que explotar, artesanos a quienes instruir,
que piden de mil maneras la mano y la pericia de
hombres valientes, desinteresados, de firmes
propósitos y capaces de hacer sacrificios.
Un cuarto grupo irá, siguiendo la voz del
Señor, a aquellos lugares donde haya mayor
necesidad, especialmente para predicaciones
extraordinarias, buscando la manera de abrirse
camino entre Pamperos y Patagones, porque, antes
de que lleguéis allá, queridos hijos, estarán ya
concluidas varias negociaciones con respecto a
esto; y, por consiguiente, no se aguarda más que
algún sujeto apto para ponerse a la cabeza de esta
evangelización de salvajes.
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