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el tren. Allí se juntaron a los misioneros los
salesianos destinados a Ariccia y parte de los que
debían ir a Albano. Dice lacónicamente la
croniquilla de don José Lazzero: <>. El había hablado
poco antes en estos términos al nutrido auditorio
de María Auxiliadora, dirigiéndose particularmente
a los muchachos y a los Hermanos:
Hace un año, amados hijos, que por estas mismas
fechas y desde esta misma iglesia de María
Auxiliadora, partía el primer grupo de misioneros
salesianos hacia la República Argentina, para
catequizar y evangelizar a aquellos pueblos, y
también para abrirse camino hasta llegar a las
tribus de Pamperos y Patagones, tribus salvajes y
feroces como pocas. Asistimos a aquella partida y
los despedimos con lagrimas de conmoción, o mejor
de satisfacción por la obra que se iba a comenzar.
Desde este mismo púlpito se les dirigían
afectuosas palabras de aliento y despedida,
recordando que no hacían mas que obedecer las
palabras del Divino Salvador a los Apóstoles:
Euntes in mundum universum praedicate evangelium
omni creaturae, y así ellos continuaban
precisamente la obra apostólica. Al mismo tiempo
se les decía:
-Vosotros marcháis pero no estaréis solos;
nosotros os acompañaremos siempre con el
pensamiento y con la oración; otros y después
otros os seguirán en vuestra noble empresa, y
serán compañeros vuestros, y si fuese menester,
todos nosotros estamos dispuestos a partir,
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ir a unirnos a vosotros en el campo evangélico que
la divina Providencia nos esta preparando.
Lo que entonces se decía como un piadoso deseo,
ahora se va convirtiendo en realidad. Y he aquí
que en este momento veo ante mí un modesto grupo,
una pequeña compañía de salesianos que, animados
por los mismos pensamientos que alimentaban los de
la primera expedición, están ansiosos de ir lo
antes posible a reforzar las filas de sus
compañeros.
Esta tarde me propongo hacer una breve platica,
dejando totalmente de lado los temas aptos para
arrancar las lagrimas al que habla y a los que
escuchan, y que en esta circunstancia me
impedirían seguir el discurso. Tampoco creo
oportuno, queridos hijos, sugeriros en este
momento normas de vida y de prudencia, que pueden
parecer útiles a los que van a aquellas remotas
tierras.
Quiero exponeros solamente dos pensamientos. El
primero se refiere a lo que hicieron aquellos diez
compañeros nuestros, después de la memorable
tarde, en la que, en presencia de Jesús
Sacramentado, ante la imagen de María, nos dieron
el fraterno adiós. Os daré unas breves noticias de
ellos para que veáis cuan extraordinariamente
grande es el bien que puede hacerse y cómo los que
están animados de verdadero celo por la salvación
de las almas, son bendecidos y protegidos por el
Señor y respetados y amados por los hombres.
El segundo pensamiento es señalar la mies, que
Dios nos tiene preparada en América del Sur. Es
mucho lo que hay que hacer en aquellas regiones;
es grandísimo el bien que queda por cumplir, es
muy vasto el campo. Vosotros, pues, podéis
continuar cada vez mas la obra de los apóstoles,
trabajando esforzadamente en la viña del Señor.
Amadísimos hijos, escuchad: Dios os ve, Dios os
escucha, por eso sean sólo para El todo honor y
gloria. Si algo se refiere a nuestras pobres
personas, como humildes instrumentos, de los que
El quiso servirse, nosotros diremos siempre: se
hizo por la
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