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le había venido por haber oído decir que Pío IX
quería dar a don Bosco ((**It12.486**)) la
cercana iglesia de Santa Bonosa, una de las
iglesias más históricas y antiguas del otro lado
del Tíber, demolida desgraciadamente unos años
después. Pero el Siervo de Dios, acostumbrado a
hacer las cosas sin precipitación, pidió tiempo
para meditar el asunto. Cuando fue a Roma en el
mes de noviembre, ya fuera por la brevísima
duración de su estancia, ya fuera por la mayor
urgencia de otros asuntos, no tuvo oportunidad de
ocuparse de la cuestión; por lo cual el
propietario del inmueble, rompiendo toda prórroga,
dio curso a las peticiones de otros compradores.
Si aún no había llegado la hora de la
Providencia para Roma, juzgó don Bosco que se
debían atender las peticiones, que partían de Roma
y concernían a localidades próximas; nos referimos
a Albano y a Ariccia, dos de los más vetustos
castillos romanos.
La llamada para Ariccia procedió del príncipe
Mario Chigi de Campagnano, que ya había hablado
del asunto con el Siervo de Dios en Roma en el mes
de mayo. Ahora era el Ayuntamiento de Ariccia, muy
ligado al Príncipe, que tenía allí su palacio y
posesiones, quien presionaba continuamente para
que se pasase de los dichos a los hechos. Se
trataba de aceptar la enseñanza en las escuelas
elementales y el servicio de una iglesia; hacían
falta dos maestros y un sacerdote. El Delegado
provincial de Enseñanza ya había aprobado la
despedida de los antiguos maestros; era preciso,
por tanto, presentar al Concejo municipal y al
Gobierno civil de la provincia los nombres y
títulos de dos maestros salesianos. Se establecía
un estipendio inicial de mil trescientas veinte
liras para ambos maestros, más una gratificación
de doscientas liras; se les daría vivienda
gratuita; y, después del primer año, se
estipularía un contrato que se considerase
equitativo. Don Bosco ordenó se contestara que se
elevase el estipendio anual a dos mil liras, y que
aseguraba su buena voluntad de contribuir a la
educación cristiana de la juventud en Ariccia.
Contemporáneamente mandó enviar los títulos de don
Carlos Cipriano y de don Francisco Bodrato. La
mayoría de los concejales, aunque no faltaron
influencias hostiles, no se dejó llevar a
remolque, sino que se mantuvo firme y aprobó la
propuesta. No les quedó a los protestantes que
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habían puesto los pies en aquellas escuelas, más
recurso que irse con la música a otra parte.
Una vez arregladas las cosas con las
autoridades escolásticas y civiles, había que
resolver la sistematización canónica de los
hermanos allí destinados. Se presentaban dos
dificultades de índole canónica. Las Reglas
señalan que cada comunidad se componga de seis
religiosos
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