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don Bosco haría una obra muy buena abriendo una en
San Remo, sobre todo porque los protestantes iban
ganando terreno en la ciudad, con gran peligro
para la fe de aquella población; y una casa
salesiana, con el oratorio festivo, podría ser un
dique poderoso contra la irrupción de la herejía.
El Siervo de Dios era sensibilísimo a esta
última razón. Expuso don Julio a don Bosco lo que
le había dicho don Lucas Calvi.
-Escribe enseguida, contestó el Beato, diciendo
que me propongo abrir una casa en San Remo. Que me
busque el ((**It12.485**)) lugar;
que vea si hay algún edificio para alquilar o
vender, a propósito para nuestro fin; que me
comunique el resultado de sus pesquisas y yo iré
inmediatamente a observar o a poner manos a la
obra.
Unos días después contestó don Luis Calvi que
había encontrado una casa capaz para un centenar
de jóvenes y que la dueña pedía tres mil liras de
alquiler. Al mismo tiempo, un señor que pertenecía
a las Conferencias de San Vicente de Paúl, y que
no sabía nada de las gestiones de don Bosco, le
invitaba también para que fuera a fundar en San
Remo una casa para aprendices. Don Bosco sentíase
atraído a ello con la esperanza de poder, por
mediación de los ingleses, que allí afluían,
ponerse fácilmente en comunicación con su isla y
hacer en ella un gran apostolado. Pero los hechos
no secundaron sus buenas intenciones. Otro
comienzo de actuación, que se perfiló en 1912, se
quedó pronto en la nada.
Hacía tiempo que don Bosco intentaba poner los
pies en Roma; con el progreso de la Congregación
se convertía en una necesidad, pues había que
tratar muchos asuntos con las Autoridades supremas
de la Iglesia y del Estado. Cardenales y Patricios
de la nobleza romana le animaban a establecer allí
una residencia. En el mes de septiembre le llegó
un caluroso ofrecimiento. En la orilla derecha del
Tíber, próxima al puente Garibaldi, donde hoy
presenta su majestuosa belleza el restaurado
castillo de los Anguillara, la histórica
residencia de aquella nobilísima y otrora poderosa
familia, estaba reducida a la humilde condición de
local para almacenes. Ahora bien, llegó un momento
en que el amplio edificio parecía prestarse al fin
deseado por don Bosco, que era doble: atender en
él a unos centenares de muchachos aprendices y
estudiantes y establecer un estudiantado para sus
clérigos. El buen monseñor Fratejacci,
aprovechando la oportuna ocasión, habló, se afanó,
escribió y corrió con su ardiente fantasía adonde
su gran afecto por don Bosco lo llevaba 1. La idea
de hacer aquella proposición
1 Véase Apéndice, doc. 43.
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