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((**Es12.402**) de los labios de don Bosco, el arcipreste de la parroquia, el teólogo Federico Albert, sacerdote docto, emprendedor, artista y santo, acababa de dar las últimas pinceladas a una pintura en la bóveda de una iglesita, levantada para uso de su colonia agrícola y del oratorio festivo, cuando resbaló de un pie y cayó desde una altura de casi ocho metros. Dio con su cuerpo, y especialmente con la cabeza, contra un montón de gruesas piedras, y allí quedó como muerto. Aquella misma mañana había terminado un mes de ayuno y había dicho muy alegre a don Juan Bautista Lemoyne que esperaba una gracia muy grande. El primer pensamiento de quien lo vio caer fue correr al colegio para llamar a don Bosco, íntimo y antiguo amigo del Arcipreste. Pero como don Bosco estaba predicando todavía, volaron a don Miguel Rúa y a don Juan Bautista Lemoyne. Desgraciadamente la herida era mortal. Los médicos del pueblo lo hicieron trasladar a la casa parroquial y le suministraron los primeros remedios; llegó también el célebre doctor Bruno 1, llamado telegráficamente a Turín, pero ((**It12.473**)) la ciencia ya no podía hacer nada. Vivió todavía dos días, sin decir palabra, sin hacer el más pequeño movimiento, sin dar señales de conocer a los muchos que se apresuraron a visitarlo. Sin embargo, cuando se le acercó don Bosco, todos los circunstantes notaron dos cosas: que, mientras el Siervo de Dios le hablaba, el enfermo detenía el estertor, y emitía un suspiro prolongado tan pronto como don Bosco callaba, y que, habiéndole don Bosco agarrado la mano, pareció que hacía un esfuerzo para estrechársela, mas sin lograrlo. Los dos santos tuvieron quizá entre sí un mudo coloquio de paraíso en el umbral de la muerte. Acudieron de todas partes párrocos y distintos sacerdotes que al verlo en aquel estado se deshacían en llanto. Muchos visitaron a don Bosco en el colegio y, como si se hubiesen dado cita, le iban repitiendo: -De tejas abajo, ya no hay esperanza de curación; pero recomiéndelo usted a su Virgen. Si usted ruega, se recobrará. Don Bosco, que sentía más que nadie la inminente pérdida, respondía: -Si de tejas abajo se puede dar un caso, en que se necesite que la Virgen haga un milagro, éste es precisamente uno. Pero >>qué hacer? Conviene estar resignados a la voluntad del Señor. Y no soltó una palabra de esperanza a nadie. Dijo en casa: 1 Lorenzo Bruno, natural de Murazzano (Cúneo), médico cirujano, fundador de las Colonias Alpinas para niños pobres y enfermos (1831-1890). (**Es12.402**))
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