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de los labios de don Bosco, el arcipreste de la
parroquia, el teólogo Federico Albert, sacerdote
docto, emprendedor, artista y santo, acababa de
dar las últimas pinceladas a una pintura en la
bóveda de una iglesita, levantada para uso de su
colonia agrícola y del oratorio festivo, cuando
resbaló de un pie y cayó desde una altura de casi
ocho metros. Dio con su cuerpo, y especialmente
con la cabeza, contra un montón de gruesas
piedras, y allí quedó como muerto. Aquella misma
mañana había terminado un mes de ayuno y había
dicho muy alegre a don Juan Bautista Lemoyne que
esperaba una gracia muy grande.
El primer pensamiento de quien lo vio caer fue
correr al colegio para llamar a don Bosco, íntimo
y antiguo amigo del Arcipreste. Pero como don
Bosco estaba predicando todavía, volaron a don
Miguel Rúa y a don Juan Bautista Lemoyne.
Desgraciadamente la herida era mortal. Los médicos
del pueblo lo hicieron trasladar a la casa
parroquial y le suministraron los primeros
remedios; llegó también el célebre doctor Bruno 1,
llamado telegráficamente a Turín, pero ((**It12.473**)) la
ciencia ya no podía hacer nada. Vivió todavía dos
días, sin decir palabra, sin hacer el más pequeño
movimiento, sin dar señales de conocer a los
muchos que se apresuraron a visitarlo. Sin
embargo, cuando se le acercó don Bosco, todos los
circunstantes notaron dos cosas: que, mientras el
Siervo de Dios le hablaba, el enfermo detenía el
estertor, y emitía un suspiro prolongado tan
pronto como don Bosco callaba, y que, habiéndole
don Bosco agarrado la mano, pareció que hacía un
esfuerzo para estrechársela, mas sin lograrlo. Los
dos santos tuvieron quizá entre sí un mudo
coloquio de paraíso en el umbral de la muerte.
Acudieron de todas partes párrocos y distintos
sacerdotes que al verlo en aquel estado se
deshacían en llanto. Muchos visitaron a don Bosco
en el colegio y, como si se hubiesen dado cita, le
iban repitiendo:
-De tejas abajo, ya no hay esperanza de
curación; pero recomiéndelo usted a su Virgen. Si
usted ruega, se recobrará.
Don Bosco, que sentía más que nadie la
inminente pérdida, respondía:
-Si de tejas abajo se puede dar un caso, en que
se necesite que la Virgen haga un milagro, éste es
precisamente uno. Pero >>qué hacer?
Conviene estar resignados a la voluntad del Señor.
Y no soltó una palabra de esperanza a nadie.
Dijo en casa:
1 Lorenzo Bruno, natural de Murazzano (Cúneo),
médico cirujano, fundador de las Colonias Alpinas
para niños pobres y enfermos (1831-1890).
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