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que vinieron muchos toros furiosos, todos dotados
de cuernos horribles y espantosos. Al llegar, como
todos estábamos en acto de adoración delante del
Santísimo Sacramento, no nos pudieron hacer ningún
mal. Nosotros entretanto habíamos comenzado a
rezar la Corona en honor del Sagrado Corazón de
Jesús. Poco después, no sé cómo, miramos y los
toros no estaban ya. Dirigiendo nuestra vista a la
parte del altar, comprobamos que las luces habían
desaparecido, que el Sacramento no estaba ya
expuesto; desapareció la iglesia; pero >>dónde
estábamos? Nos encontrábamos en el campo donde
habíamos estado primeramente.
Vosotros comprendéis perfectamente que el toro
es el enemigo de las almas, el demonio, que siente
una gran ira hacia nosotros y que busca
continuamente hacernos mal. Los siete cuernos son
los siete pecados capitales. Lo que nos puede
librar de los cuernos de este toro, esto es, de
los asaltos del demonio, del caer en los vicios,
es principalmente la humildad, base y fundamento
de las virtudes.
TERCERA PARTE
Nosotros entretanto, estupefactos y
maravillados, nos mirábamos los unos a los otros;
ninguno hablaba, no sabíamos qué decir. Se
esperaba ((**It12.466**)) que
don Bosco hablase o que aquel personaje dijese
alguna cosa. Cuando he aquí que, tomándome aparte
aquel desconocido, me dijo:
-Ven, que te voy a hacer ver el triunfo de la
Congregación de San Francisco Sales. Súbete sobre
esta roca y verás.
Había una gran peña que sobresalía en medio de
aquella llanura inconmensurable y me subí a ella.
íQué inmensidad se extendía ante mis ojos! Aquel
campo, que jamás había imaginado tan vasto, me
pareció que ocupase toda la tierra.
Estaban reunidos hombres de todos los colores,
vestidos de las formas más diversas, de todas las
nacionalidades. Vi tanta gente que no sabría decir
si en el mundo existe una población semejante.
Comencé a observar a los primeros que se ofrecían
a nuestra vista. Estaban vestidos como nosotros
los italianos. Yo conocía a los de las primeras
filas y había numerosísimos salesianos que
conducían como de la mano a multitud de
escuadrones de niños y de niñas. Después les
seguían otros en varios grupos; y después otros
muchos a los cuales no conocía y a los que no
podía distinguir, formando un número
indescriptible. Hacia el mediodía aparecieron ante
mis ojos, sicilianos, africanos y un pueblo
integrado por un número incontable de gente
desconocida para mí. Todos eran conducidos por los
salesianos, de los cuales sólo conocía a los que
iban en las primeras filas.
-íVuélvete!, me dijo aquel desconocido.
Y he aquí que vi ante mí a otros pueblos de
gente incalculable por su número, vestida de una
manera diversa que nosotros; llevaban pieles y una
especie de capas que parecían de terciopelo, todas
de distintos colores. Aquel personaje me hizo
dirigir la mirada hacia los cuatro puntos
cardinales. Entre otras cosas, hacia la parte de
oriente, vi unas mujeres con los pies tan pequeños
que apenas si podían estar de pie y que casi no
podían caminar. Lo más maravilloso era que por
todas partes veía salesianos que conducían
falanges y falanges de niños y de niñas y, al
mismo tiempo, un concurso inmenso de pueblo.
Siempre me eran conocidos los que iban en primera
fila; pero a los que venían detrás los desconocía
por completo, lo mismo a los misioneros. Muchas
cosas no las puedo contar con todos sus pormenores
porque me haría interminable.
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