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((**Es12.396**) que vinieron muchos toros furiosos, todos dotados de cuernos horribles y espantosos. Al llegar, como todos estábamos en acto de adoración delante del Santísimo Sacramento, no nos pudieron hacer ningún mal. Nosotros entretanto habíamos comenzado a rezar la Corona en honor del Sagrado Corazón de Jesús. Poco después, no sé cómo, miramos y los toros no estaban ya. Dirigiendo nuestra vista a la parte del altar, comprobamos que las luces habían desaparecido, que el Sacramento no estaba ya expuesto; desapareció la iglesia; pero >>dónde estábamos? Nos encontrábamos en el campo donde habíamos estado primeramente. Vosotros comprendéis perfectamente que el toro es el enemigo de las almas, el demonio, que siente una gran ira hacia nosotros y que busca continuamente hacernos mal. Los siete cuernos son los siete pecados capitales. Lo que nos puede librar de los cuernos de este toro, esto es, de los asaltos del demonio, del caer en los vicios, es principalmente la humildad, base y fundamento de las virtudes. TERCERA PARTE Nosotros entretanto, estupefactos y maravillados, nos mirábamos los unos a los otros; ninguno hablaba, no sabíamos qué decir. Se esperaba ((**It12.466**)) que don Bosco hablase o que aquel personaje dijese alguna cosa. Cuando he aquí que, tomándome aparte aquel desconocido, me dijo: -Ven, que te voy a hacer ver el triunfo de la Congregación de San Francisco Sales. Súbete sobre esta roca y verás. Había una gran peña que sobresalía en medio de aquella llanura inconmensurable y me subí a ella. íQué inmensidad se extendía ante mis ojos! Aquel campo, que jamás había imaginado tan vasto, me pareció que ocupase toda la tierra. Estaban reunidos hombres de todos los colores, vestidos de las formas más diversas, de todas las nacionalidades. Vi tanta gente que no sabría decir si en el mundo existe una población semejante. Comencé a observar a los primeros que se ofrecían a nuestra vista. Estaban vestidos como nosotros los italianos. Yo conocía a los de las primeras filas y había numerosísimos salesianos que conducían como de la mano a multitud de escuadrones de niños y de niñas. Después les seguían otros en varios grupos; y después otros muchos a los cuales no conocía y a los que no podía distinguir, formando un número indescriptible. Hacia el mediodía aparecieron ante mis ojos, sicilianos, africanos y un pueblo integrado por un número incontable de gente desconocida para mí. Todos eran conducidos por los salesianos, de los cuales sólo conocía a los que iban en las primeras filas. -íVuélvete!, me dijo aquel desconocido. Y he aquí que vi ante mí a otros pueblos de gente incalculable por su número, vestida de una manera diversa que nosotros; llevaban pieles y una especie de capas que parecían de terciopelo, todas de distintos colores. Aquel personaje me hizo dirigir la mirada hacia los cuatro puntos cardinales. Entre otras cosas, hacia la parte de oriente, vi unas mujeres con los pies tan pequeños que apenas si podían estar de pie y que casi no podían caminar. Lo más maravilloso era que por todas partes veía salesianos que conducían falanges y falanges de niños y de niñas y, al mismo tiempo, un concurso inmenso de pueblo. Siempre me eran conocidos los que iban en primera fila; pero a los que venían detrás los desconocía por completo, lo mismo a los misioneros. Muchas cosas no las puedo contar con todos sus pormenores porque me haría interminable. (**Es12.396**))
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