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Yo quería avisarles, gritar, correr adonde
estaban; pero el otro se negaba; insistí que me
dejase. Pero me contestó secamente:
-Tú también tienes que bajarte, íobedece!
No me había tirado aún al suelo, cuando un
terrible mugido, espantoso, tremendo, se dejó oír.
El toro estaba ya próximo a nosotros. Todos
temblábamos y nos preguntábamos:
->>Qué pasa? >>Qué pasa?
-No temáis; pegaos al suelo, les gritaba yo.
Y el desconocido continuaba diciendo en alta
voz:
-Qui se humiliat, exaltabitur, et qui se
exaltat, humiliabitur... qui se humiliat... qui se
humiliat...
Una cosa extraña, que me llenó de estupor, fue
la siguiente: que a pesar de que yo tenía la
cabeza pegada al suelo y de estar completamente
con los ojos pegados al polvo, veía perfectamente
todo cuanto sucedía a mi alrededor. El toro tenía
siete cuernos casi en forma de círculo; dos los
tenía situados en las narices, dos en el lugar de
los ojos, dos en el sitio corriente de los cuernos
y uno encima. Y ícosa maravillosa!
((**It12.465**)) Dichos
cuernos eran fortísimos, movibles, los podía
volver hacia donde quería, de manera que, para
echar por tierra a uno, al correr, no tenía que
volverse de un lado o de otro, sino que bastaba
que prosiguiese adelante, sin retroceder, para
abatir a quien encontraba. Los cuernos más largos
eran los que tenía sobre el hocico, con los que
causaba estragos verdaderamente espantosos.
Ya estaba el animal muy cerca. Entonces el
personaje comenzó a gritar:
-Ahora se verá el efecto de la humildad.
Y íoh maravilla!, en un instante todos nosotros
nos vimos levantados por los aires a una
considerable altura, de modo que era imposible que
el toro nos pudiese alcanzar. Los que no se habían
bajado no fueron levantados. Y al llegar el toro
los destrozó en un momento. Ni uno solo se salvó.
Nosotros entretanto, elevados de aquella manera en
el aire, teníamos miedo y decíamos:
-Si caemos desde arriba sí que estamos
perdidos. íPobres de nosotros entonces! >>Qué será
de nosotros?
Entretanto veíamos al toro furioso que
intentaba alcanzarnos; daba saltos terribles para
darnos cornadas; pero no nos pudo hacer ningún
mal.
Entonces, más furioso que nunca, hizo ademán de
ir en busca de algunos compañeros, como diciendo:
-Nos ayudaremos los unos a los otros y
formaremos una escalera...
Y así, habens iram magnam, se fue.
Entonces nos encontramos nuevamente tendidos en
el suelo, y el personaje aquel comenzó a gritar:
-Volvámonos hacia el mediodía.
SEGUNDA PARTE
Y he aquí que, sin comprender cómo sucedía
aquello, la escena cambió por completo delante de
nosotros. Dirigiendo nuestra mirada hacia el
mediodía, vimos expuesto el Santísimo Sacramento;
había muchas velas encendidas en una y otra parte
y ya no se veía el prado, sino que nos parecía
encontrarnos en una iglesia inmensa, muy bien
adornada.
Mientras estábamos todos postrados en adoración
delante del Santísimo, he aquí
(**Es12.395**))
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