((**Es12.393**) Y
dicho esto, don Bosco empezó a contarle punto por
punto toda su vida con las circunstancias y el
número de las culpas. Y con tal precisión, que
Unia, que pasaba ya de los veinticuatro años, se
quedaba pasmado. En efecto, le bastó responder con
aquel simple monosílabo y no tuvo que dar más
explicaciones.
Recibió la absolución y, penetrado de inefable
gozo, preguntó a don Bosco:
->>Cómo se las ha arreglado para conocerme tan
bien?
-Yo te he conocido siempre desde cuando eras un
muchacho, >>quieres una prueba? Tenías doce años y
te encontrabas un domingo en la iglesia de tu
pueblo, en el coro, durante las vísperas. Estaba a
tu lado tu primo que dormía con la boca abierta.
Tú, al verle en aquella actitud, sacaste del
bolsillo una ciruela y se la metiste en la boca,
de suerte que el pobrecito no quedó ahogado.
El hecho era exacto; aseguraba don Miguel Unia
que podía confirmarlo con juramento. Salesianos
dignos de todo crédito oyeron la narración de sus
mismos labios.
Como clausura y recuerdo de los ejercicios Don
Bosco contó un sueño simbólico, que es uno de los
más instructivos de cuantos hasta entonces había
tenido. Lemoyne tomó apuntes del mismo mientras el
siervo de Dios hablaba; ((**It12.463**))
después lo puso todo por escrito y se lo dio a
leer al buen padre, que hizo algunas leves
modificaciones.
Para mayor claridad dividiremos la narración en
cuatro partes.
PRIMERA PARTE
Dícese, comenzó el siervo de Dios, que no se
debe hacer caso de los sueños: os aseguro que en
la mayor parte de los casos también yo soy de este
mismo parecer. Con todo ello, algunas veces,
aunque no nos revelan cosas futuras, nos sirven
para hacernos conocer cómo hemos de resolver
asuntos intrincadísimos y la prudencia con que
hemos de solventar algunas cuestiones. Entonces se
les puede hacer caso, por el bien que nos
proporcionan.
Deseo contaros ahora un sueño que me ocupó, se
puede decir, todo el tiempo de estos ejercicios y
que me tuvo agitado particularmente la noche
pasada. Os lo voy a contar tal y como lo tuve,
resumiéndolo acá y allá un poco para no ser
demasiado largo, pues me parece rico de muchas e
importantes enseñanzas.
Me pareció, pues, que estábamos todos reunidos
y que nos dirigíamos de Lanzo a Turín. Ibamos
montados en cierto vehículo, pero no sabría
deciros si viajábamos en ferrocarril o en ómnibus;
lo cierto es que no lo hacíamos a pie. Al llegar a
un punto del camino, no recuerdo dónde, el
vehículo se detuvo. Yo descendí de él para ver qué
era lo que sucedía, cuando se me presentó un
personaje que no sabría describir. Me parecía de
alta y de baja estatura al mismo tiempo; grueso y
delgado; blanco y rojo; caminaba por la tierra y
por el aire. Me sentí lleno de estupefacción, pues
no sabía darme razón de todo aquello, cuando
animándome, le pregunté:
(**Es12.393**))
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