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trabas a nuestro mayor bien, no hemos de
escucharlos, ni siquiera mirarlos; antes, al
contrario, llega a decir, odiarlos. Es preciso,
pues, que nos separemos de ellos completamente,
desde el momento en que Dios nos hizo el gran
favor de llamarnos para seguirle. Además, al hacer
los votos, nos hemos separado de ellos para
unirnos en un modo particular a Dios; >>por qué,
pues, volver de nuevo al peligro de separarnos de
Dios yendo a oír sus miserias, sus necesidades o
sus apetencias? Hasta ahora no he encontrado ni
uno sólo que, habiendo ido a pasar las vacaciones
con los suyos, pudiese decir a la vuelta:
-íCuánto bien han reportado a mi alma estas
vacaciones, esta visita a los míos!
((**It12.453**)) -Os lo
aseguro, ni uno solo hasta ahora, en tantos años,
fue a echar raíces de profundas virtudes en
vacaciones con sus padres; es más, ni uno solo
todavía, a quien las vacaciones hayan acarreado
algún bien; yendo a casa no se adquiere nada
bueno, aun cuando se vaya a casa con las mejores
intenciones.
Os contaré un hecho que me ocurrió a mí mismo,
no ha mucho. Un buen muchacho me pidió ir a pasar
en su casa algún tiempo.
-Voy a casa, decía, despierto en mi hermano el
deseo de pertenecer a la Congregación, conduzco a
mi hermana a Mornese, y así toda mi familia
acabará bajo el manto de María Auxiliadora.
Yo, que conocía el carácter inconstante de
aquel muchacho, trataba de disuadirlo; pero él
quiso ir. Esperé inútilmente su regreso, hasta que
encontré a un compañero suyo, le pregunté por él y
me contestó que llevaba una vida ociosa en su
pueblo y ya no pensaba volver. Le encargué que le
saludara y le dijera varias cosas de mi parte. Al
poco tiempo me llegó una carta, que aún conservo.
Me decía en ella:
-Por lo que se me hacía creer en el Oratorio,
toda la gente que se encuentra en el mundo, tenía
que ser perversa. Ahora he visto que las cosas son
muy otras. Hay gente buena por todas partes, y veo
que también aquí puedo vivir como buen cristiano,
y al mismo tiempo espero que podré ayudar a mis
padres. Creo que aquí estoy bien y no pienso
volver al Oratorio.
Yo lloraba por la suerte de aquel querido
muchacho, porque era uno de los más ejemplares del
Oratorio, y recuerdo haberlo propuesto más de una
vez como modelo a los otros, y les decía: -Si
queréis hacer las cosas verdaderamente bien, haced
como hace fulano. Y me refería a él. La carta que
me escribió encerraba ya mucha malicia, porque
después de tantos beneficios como recibió durante
varios años, no tiene ni una palabra de gratitud y
agradecimiento y se despedía tan secamente del
Oratorio sin saludar a ninguno. Tenía yo, pues,
fundados temores por él. Hace poco me ha sucedido
que lo encontré por casualidad en un lugar, de
donde no podía evadirse, y aunque buscaba todas
las maneras de escapar a mi vista, quise sin
embargo hablarle. Acabó por decirme claramente:
->>Qué quiere usted? He cambiado totalmente de
parecer. Ha pasado el
tiempo en que besaba la mano a los curas.
Insistí preguntándole si, por lo menos, había
cumplido con Pascua, y me contestó que no. Le
pregunté si podía vivir así tranquilo, o si más
bien estaba atormentado por los remordimientos...
Me puso muy mala cara y acabó diciéndome:
-Déjelo, no estamos de acuerdo. íBuenos días!
Vaya usted a sus quehaceres que yo voy a los míos.
Y a pesar de mis esfuerzos por entretenerlo
todavía, se marchó. Aquel paisano suyo me dijo
después que anduvo muy alterado unos días, y que
le había dicho:
-í Maldito el día que me encontré con don
Bosco!
Porque había despertado en su corazón la más
terrible de las batallas, trayendo a
(**Es12.385**))
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